Sonia Barbosa: objetivo dar la vuelta al mundo en moto

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Sonia Barbosa: objetivo dar la vuelta al mundo en moto
Nicolás Merino
Nicolás Merino
La motera de origen portugués narra su experiencia alrededor del globo en un viaje que le llevó a recorrer 17.000 km en su primera etapa y su paso por países como Italia, Grecia, Bulgaria o Rusia.

Coincidiendo con la publicación de su último libro ‘La chica que tenía prisa por ver el mundo’, esta motera portuguesa, afincada en Avilés, Asturias, ha querido compartir con nosotros un fragmento en el que narra su vuelta al mundo. Por ahora, ha completado la primera etapa, la cual inició el pasado 31 de mayo y finalizó en Vladivostok, Rusia, el pasado 8 de julio.

A continuación os dejamos el mencionado fragmento de un viaje que le ha llevado 39 días (34 de ellos en moto), 17.000 kilómetros y su paso por países como Italia, Grecia, Bulgaria, Rumanía, Ucrania y Rusia recorriendo la carretera Transiberiana. Asimismo, tendremos la suerte de entrevistarla en los próximos días para que nos cuente más a fondo sobre este viaje y su pasión por las dos ruedas. Teniendo en cuenta que mide 1,52 metros y que realiza sus viajes en una BMW G 650 GS adaptada, no nos cabe ninguna duda.

Vuelta al mundo en moto: del Mar Cantábrico al Mar de Japón

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Hay un dicho según el cual si crees en algo con tanta fuerza es posible que pueda convertirse en realidad. No sé exactamente hasta qué punto podríamos llevar estas palabras pero a lo que sí me he aferrado en más de una ocasión, llegando a convertirlo en un modo de vida,es a intentar cumplir mis sueños y, aún sin conseguirlo todas las veces, he tratado de considerarlas como logros. Fue en el año 2017, tras la lectura de un artículo de Miquel Silvestre en la Newsletter de BMW Motorrad España y a la vuelta de mi viaje hasta Alaska desde Los Ángeles de California, donde esta idea comenzó a cuajarse pasando a convertirse en una más de mis “soniadas”. Veía en ella la posibilidad de superarme, un nuevo reto al que enfrentarme algo que, para una persona que no cree en límites, puede convertirse en todo un desafío.

La situación anómala por la que estamos pasando desde hace más de un año lejos de echar abajo mis planes logró potenciar mis ganas de subirme a la moto, una BMW F650GS a la que muchos conocen ya como “Trailera”. El día 31 de mayo salí de Corvera de Asturias sin un destino concreto y con la intención de detenerme allí donde me dijeran que ya no podría continuar.¿Sería Bulgaria?.¿Sería Ucrania?,.. Los continuos cambios en las situaciones fronterizas dejaban al destino un “si” o un “no” al acceso de los diferentes países y eso fue lo que me llevó a decidir recorrer más kilómetros pero menos pasos fronterizos. Por delante, todo un mes, mi mes de vacaciones que es el tiempo del cual dispongo para realizar este tipo de viajes.Tiempo que, después de haber incrementado voluntariamente mi jornada laboral como conductora de autobuses en Avilés, pude ampliar en dos semanas más llegando a sumar 46 días transcurridos hasta que abrí la puerta de mi casa.

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Italia, Grecia, Bulgaria, Rumanía, Ucrania y Rusia a través de la icónica carretera Transiberiana, hicieron de este periplo motero, una auténtica aventura sobre dos ruedas plagada de alegrías pero también incidencias.Aquellas que te permiten ir limando la experiencia que adquirimos paso a paso en cada viaje y que, en el siguiente, nos ayudarán a encararnos a nuevas situaciones. A tan solo tres horas de comenzar mi aventura, Bilbao me acogió con un cielo cerrado, encapotado no solo por las nubes sino también por truenos y relámpagos. La dificultad de una visión adecuada bajo aquella tormenta hizo que decidiera coger la primera salida para evitar una posible situación desastrosa. Estacioné mi moto junto a un camión aparcado en la cuneta y me metí debajo de él a esperar que amainara. El cielo fogueaba sin parar y el agua de mi ropa empapada se metía por mis huesos. Como pude, encontré un hotel para dormir y en mi cabeza visualicé la frase de “no es cómo se empieza sino cómo se acaba” y , con ella, trataba de animarme.

Barcelona me sirvió de lanzadera para llegar hasta Italia donde pude comprobar, una vez más, el tráfico alocado de un país que es, por sí solo, un museo al aire libre. En el ferry, la noche se hizo eterna y, después de recostar mi cuerpo sobre varias butacas con vistas a unos sucios pies descalzos, la mañana llegó acompañada de un sol resplandeciente y temperaturas que auguraban un día excesivamente caluroso. Tras un susto en la carretera con algún camionero despistado que trató de invadir mi carril, llegué a la histórica ciudad de Pompeya. Como de costumbre, sin modificar mis hábitos, la tienda de campaña fue mi hotel escogido esa noche y el trinar de los pájaros la única música de fondo mientras mis ojos se cerraban por el cansancio.

Viajo “low cost” costeándome los viajes con mi sueldo y aquello que pueda sacar de la venta de los libros que publico que, a fin de cuentas, sigue siendo mi trabajo, mi tiempo por lo que no me importa dormir en un saco de dormir en un área recreativa (como ya hice) o en algún Parque Natural.

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El adoquín plagaba las calles resultando incómoda la conducción sobre él y, a mi alrededor, los griteríos de la gente empalagaban mis oídos. Si no fuera porque sabía que estamos en pandemia y que las cifras lo demostraban no imaginaría que la situación era la que vivimos. Ausencia de mascarillas, respeto cero al distanciamiento social..Situaciones que eran más habituales de lo que creía. El ambiente en Grecia no fue muy diferente. Y a ello, se sumaban carreteras secundarias salpicadas por animales muertos y una suciedad nada digna de la belleza de ese país en el cual visité los Monasterios de Meteora, declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1988. Ni siquiera un cartel de “road closed” pudo evitar que continuara camino con las consecuencias correspondientes y es que, en ocasiones, hacer caso a los lugareños, es peor que hacérselo al GPS. Tal fue así que, lo que al principio era una ancha carretera, acabó convirtiéndose en una estrecha pista de tierra sin salida en la que dar la vuelta fue la única posibilidad a seguir antes de irme al suelo.

Salí sin saber hasta dónde llegaría y ya estaba en Grecia.Eso sí, siempre con la incertidumbre de qué sorpresa me depararía el intentar atravesar la siguiente frontera. No leía ni escuchaba las noticias(en realidad prefería no hacerlo).” Lo que tenga que ser, será” me decía.

A las puertas, Bulgaria me esperaba.