50 años después de Montjuïc

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50 años después de Montjuïc


Me pide el Director de Fórmula Moto, que es un apasionado nostálgico, escriba en primera persona –algo que no me gusta en absoluto hacer- mis recuerdos de la primera victoria española en un G.P. del Mundial aquel lejano 4 de mayo del 68 en Montjuïc. Conoce mi intensa amistad con Salvador Cañellas y desea traer aquellos recuerdos de juventud a estas «páginas».

A la sazón yo oficiaba en el magazine mensual Formula, ancestro del que tienes en pantalla, y estaba en pleno servicio militar en la marina. Salvador Cañellas hacía poco se había licenciado del de tierra. Era piloto oficial Bultaco, sin ficha pero con primas y premios. Teníamos 22 y 23 años respectivamente. Éramos amigos inseparables desde el colegio donde compartimos pupitre en primaria. Viví sus inicios en competición paso a paso. También su crecimiento de la mano de Derbi y de Montesa como privado asistido. Luego toda su carrera como amigo y como periodista. Aquel domingo de mayo, mientras los progres lanzaban adoquines a los polis de Paris, fui testigo de la que hoy se considera la gran victoria histórica del motociclismo español. Un triunfo al que Salvador Cañellas no le dio la importancia que se mereció en aquel momento. En un aparte, ya lejos de Montjuïc, me confesó: «Para mí, hoy, terminar tercero detrás de las Yamaha como hubiera sido lo lógico, me habría dado la misma satisfacción que ganar la carrera. Lo mejor de todo ha sido la «caña» que les he pegado a todos los demás?».

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Razón llevaba en esa reflexión. Al segundo, el neozelandés Ginger Molloy y primer «espada» de Bultaco en el Mundial, piloto mimado de la marca, le endilgó nada menos que 29,2″. Medio minuto en veintisiete vueltas a la mágica pista de 3.790 m. Más de un segundo por vuelta. Al tercero, el alemán Heinz Rosner, oficial MZ, veloz moto con válvula rotativa, le metió 1´47″. Todo un mundo. Y de todo eso se sentía más que satisfecho Salvador mientras comentábamos la carrera con sus padres en el restaurante al lado de su casa donde solían comer los domingos. No se hizo ningún extra por la gran victoria. Apenas una botella de cava para brindar. Y eso fue impulsado por su madre, la señora Anita.

Aquel XVIII Gran Premio de España y XXIV Internacional de Barcelona, empezó mal para Salvador. Cuando acudió al Real Moto Club de Cataluña para inscribirse no se la aceptaron por estar todas las plazas ya concedidas. Eran reservadas por riguroso orden de petición. Siquiera la mediación de la fábrica Bultaco sirvió para deshacer el entuerto. Salvador removió cielo y tierra para encontrar algún inscrito que le cediera la suya. En esas, dio con Ángel Sanjuan –piloto privado- dispuesto a cedérsela por no poder participar en el G.P. Aquel día, el bueno de Sanjuán hizo su mejor aportación al motociclismo español aun sin saberlo.

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Volvamos a Montjuïc para revivir los entrenamientos donde Salvador ya dejó bien patentes sus intenciones. La parrilla la encabezaron como era previsible las dos Yamaha tetracilindricas de Phil Read y Bill Ivy. Los dos británicos hacían aquel año un Mundial aparte en 125 y 250 cc. Nadie les veía el pelo. Tercero se clasificó Kent Anderson con una de las MZ oficiales alejado nada menos que 7,5″ de las Yamaha. Salvador le acosaba de cerca a solo dos décimas. Cuarto era Molloy a 1,7″ de Cañellas. El objetivo del catalán era el podio de Montjuïc, cerquita de su casa, a no más de nueve manzanas del domicilio familiar en la Gran Vía barcelonesa.

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La carrera fue para Salvador una enorme demostración de precisión cronométrica al máximo ritmo que se podía rodar con aquellas TSS. Hizo todas las vueltas en 2´00″, ningún otro piloto de la marca fue capaz de dar una sola vuelta en ese tiempo. Así les fue dejando atrás. Pero antes de eso, recuerdo verle salir en 5º lugar. Yo estaba en el ángulo y por allí pasó en esa posición. Pensé que sus ambiciones se esfumaban. Una mala salida desbarata los mejores planes. Pero él debía pensar de otra forma y en la siguiente vuelta dio cuenta de Rosner y su veloz MZ. Luego emprendió la persecución del escapado Anderson con la otra MZ de válvula rotativa que en las rectas del Estadio y de la Pérgola se le escapaba. Así me lo comentó después. Pero Cañellas era visiblemente más rápido en la bajada de la Font del Gat y en la subida del Pueblo Español. Sobremanera en Sant Jordi que siempre trazó como un compás.

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En cinco vueltas pasó a Anderson y empezó a dejarle atrás. El podio parecía asegurado. Las Yamaha estaban tan lejos que ni siquiera oía la estridencia de sus cuatro tubarros. Seguía su plan prestablecido rodando en 2´00″ camino del podio. Pero en la vuelta 20 vio la de Phil Read detenida en algún lugar del circuito. No recuerda dónde. No se lo esperaba. Dos vueltas más tarde vio a Bill Ivy empujando la suya a la entrada de Sant Jordi. Apenas realizó que estaba en primera posición y que solo faltaban cinco vueltas para ganar la carrera. Yo, apoyado en las balas de paja del Ángulo, apenas daba crédito al abandono de Read cuando me di cuenta que tampoco pasaba Ivy. Esperé una vuelta más para cerciorarme que Salvador era primero. No daba pábulo a cuanto veía y le pregunté a otro fotógrafo que estaba a mi lado si era realidad lo que veía. Me lo confirmó. Corrí hacia mi moto (Ossa trial 230) aparcada a 30 m. Fui por los caminillos que rodeaban el Estadio hacia la meta. No podía perderme la foto de la llegada.

El tumulto era inmenso. Todos querían aquella foto histórica. Disparé tantas veces como me permitió el pulgar haciendo correr el carrete. En aquel tiempo no existían todavía los motores. El júbilo bajo la tribuna era mayúsculo. Cuando llegó Salvador fue rodeado por la multitud. No pude acercarme a él. Bastó una mirada de complicidad para entendernos. Se lo llevaron en volandas para colocarle la corona de laurel en lo alto de la tribuna de autoridades. La copa y el (mísero) premio de 8.000 pesetas en metálico se lo entregaron en la tradicional ceremonia que anualmente se celebraba en el Salón del Ciento del Ayuntamiento de Barcelona y a la que jamás falté.

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Durante la comida familiar le pregunté que había pensado en aquellas últimas cinco vueltas: «En nada. No quise desconcentrarme pensando en lo que había visto. Dudé de que fuesen ellos dos y que entonces yo iba primero. A lo mejor me había confundido. Yo iba a mi límite de 2´00″ y era difícil distinguir quién era aquella moto blanca y roja porque no te la esperas, dudas si es una Yamaha, lo parece, tiene que serlo, o a ti te lo parece, Y luego la otra, o a ti te lo parece. Sabía que eran las Yamaha, pero yo a lo mío, a dos minutos por vueltas y ya me lo dirían desde el box por la pizarra».

Las dos Yamaha rompieron el encendido electrónico. Estaban haciendo las primeras pruebas de esa tecnología. Se hizo correr mucha tinta de la causa del abandono de las dos Yamaha oficiales de cuatro cilindros que arrasaban allí donde fueran y cambiaron el destino del motociclismo de competición mundial. Años después, el mecánico de Phil Read, Ferry Brouwer, el hombre que introdujo los cascos Arai en Europa, me confesó la realidad de esa avería en el transcurso de una comida en la Barceloneta con Salvador Cañellas. Casualidades de la vida.

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