Javier Herrero en la memoria

Hace ya un año

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Homenaje a Javier Herrero
David Garcia
David Garcia
Hace un año que estaba sentado tomando un café en una terraza. Era invierno, a pocos días de Noche Buena, hacía sol y se estaba realmente bien. Estaba probando una moto que era una de las grandes novedades de la temporada. Todo ideal, hasta que recibí una llamada de teléfono.


Recuerdo que acababa de llega la primera unidad de aquel modelo. Como en pleno invierno no somos muchos los que probamos motos (a partir de primavera la cosa cambia€), es muy posible que no tengas problemas para que te la cedan.
 
Mientras tomaba notas de las sensaciones y opiniones sobre la moto, la llamada de un buen amigo me salió reflejada en la pantalla del móvil. Descolgué y le saludé con algún chascarrillo de los habituales cuando me llama un conocido,  tipo «aquí el motero más dicharachero, dígame» o alguno parecido€ pero algo pasaba. Algo grave, porque no me respondió con otra broma, sino que tenía el tono gris, uniforme y triste de cuando no hay risas. «El Cheli ha muerto, ¿lo sabías?».
 
Hubo el silencio de unos segundos que siempre aparece cuando recibes un golpe, esos segundos durante los que básicamente ninguno habla porque no sabes qué decir, porque no hay nada que decir. Tras este largo instante, conversamos un poco más y le dije que no, no lo sabía, aunque si me habían dicho que estaba ingresado hace ya unos días en el hospital y que parecía grave. La última vez que habíamos hablado un buen rato había sido en la presentación del equipo de Sito Pons en la sede de Telefónica en Madrid. Llevaba arrastrando el cáncer hace ya tiempo, pero le bromeé sobre la «mala leche» que tenía, que ni la quimio ni mil terapias dañinas le habían afectado a su casi legendaria capacidad de trabajo sin fin, ni al carácter demoledor, aplastantemente sincero y directo de cada uno de sus comentarios. Pura España profunda, tenía esa capacidad inexplicable  de decirte que estás más feo, más gordo y que lo último que ha leído tuyo le parece malo con toda la naturalidad del mundo, y que lo asimilases como una crítica constructiva. De la misma manera, le volvías a ver al poco tiempo e, igual de campechano y natural, te decía que te estabas poniendo como Tarzán y que lo que habías escrito recientemente era bueno, muy bueno€ siempre y cuando fuera verdad, claro.
 
Cuando recibí aquella llamada tuve la tentación de llamar directamente a Ramón López y decirle que quería escribir algo como este texto que estás leyendo  para Fórmula Moto, porque Javier  fue uno de los grandes del periodismo y del «mundo moto» en España y, aunque suene muy manido, sin duda uno de los grandes maestros que tuve en este extraño negocio del periodismo de las motos. Y aquí llega el momento de contaros una anécdota que siempre relato y que no todos creen que pudo ser verdad€ menos los que estaban allí o los que conocían muy bien a Javier, que saben perfectamente que era capaz  (y más en el año 1993) de decirte cualquier burrada sin pensar ni un microinstante si lo que decía era correcto o no, sino simplemente si era cierto y claro. Y desde luego que lo fue.
 
Desde el año 88 ya había escrito alguna cosa para las revistas que en aquel momento dirigía Javier. Cesar Agüi (q.p.d.) era uno de los miembros más destacados de la redacción y ya le había conocido hace tiempo en una famosa tienda de recambios «racing» de Madrid a la que solo íbamos frikis de las preparaciones deportivas y similares. Como yo ya escribía para revistas de deporte, me pasaba alguna colaboración muy espaciadamente.  Continuamos después en contacto en rodadas, cursillos y entrenamiento en circuitos variados, desde luego, ni la mitad de los que hay ahora por toda la Península. Así las cosas, a principios del 93 me había quedado sin trabajo fijo,  aunque seguía escribiendo en algún medio deportivo, y César me comentó que necesitaban gente en las revistas del grupo, tanto en la semanal como en la mensual y especiales, y que contactase con el jefe de pruebas para una entrevista. Eso hice, y a los pocos días me presenté en la redacción dispuesto a comerme el mundo.
 
El jefe de pruebas ya conocía algo de mi trabajo y me fue presentando a otros  componentes de la redacción, que en aquel momento eran muy conocidos y leídos por los aficionados, entre los que, por supuesto, estaba yo. Tras un rato de estar allí, las dos personas con la que estaba en aquel momento se miraron entre ellos y se acercaron a mí para poder hablar más bajo mientras me decían, casi susurraban:  «bueno, y ahora prepárate que te vamos a presentar al Director. Espero que te lleves bien con él». Mientras me decían esto con voz preocupada, se oían cómo unos apresurados pasos se acercaban a zapatazos por el pasillo, y todas las cabezas se giraban para ver quién entraba por la puerta que era, ¡claro!, Javier Herrero, el Cheli.
 
«A ver, ¿quién ha escrito esto de los neumáticos?», gritaba mientras cruzaba la redacción con un artículo impreso en la mano y agitándolo con furia. No me hubiera gustado ser quien había escrito aquello, desde luego, pero mis acompañantes le llamaron y se acercó. Le dijeron que yo era el chico de la entrevista de hoy y que me consideraban para escribir pruebas y reportajes sobre equipamiento y similares. Le tendí la mano, pero no respondió con la suya. Asustado y preocupado, vi cómo me miraba a la cara escudriñándome con los ojos como un policía de la Nacional que hubiera pillado a un chaval fumando un porro en el parque. Hubo un momento de silencio en el que nadie parecía saber qué decir y de repente Javier espetó:

  • ¿Eres tú el que va a hacer pruebas de equipamiento, de cascos, escapes, guantes y todo eso?- dijo con voz rotunda mientras  me señalaba con el dedo.
  • Pues€ sí, eso parece, alcancé a decir mientras rogaba que la tierra me tragase. ¡Qué mal lo estaba pasando, joder!

Otro silencio de unos segundos, que lo recuerdo como una eternidad, tras lo cual vuelve a señalarme y decirme con una voz varios tonos más alto que antes:

  • ¡Pues que sepas que eres un hijo de puta!

Bueno, en aquel momento ya os podéis imaginar la cara que pusieron todos € menos él, pero sobre todo yo, que os juro que no sabía si salir corriendo o llorar. El jefe de pruebas alcanzó a soltar un «Hombre, Javieeerrrr, no te pases», pero rápidamente El Cheli aclaró:

  • Eres un hijo de puta para las marcas, porque mientras en las pruebas de motos al que se queja le enseñamos las tablas de velocidad o potencia, tú a ver qué haces. Si dices que un casco suena o se mueve, ellos te dirán que no, que te lo has ajustado poco, y si un escape da problemas, dirán que lo has montado mal. Así que ya lo sabes. He leído cosas tuyas y no están nada mal, así que bienvenido. Hasta luego.

Se giró y se fue. Así, sin más, y esa fue mi entrada en el periodismo del motor. Por supuesto, todos los años que estuve allí trabajamos codo con codo, en muchas ocasiones discutimos lo indecible (bueno, él discutía y yo me defendía malamente), pero con el tiempo lo recuerdo como el profesor que te hizo pasar las de Caín y que el tiempo te hace colocarle como uno de los bastiones de tu capacidad profesional. Más tarde, trabajando ya para otros medios, compartimos esta anécdota entre otras mil, y nunca dejé de admirar su ABSOLUTAMENTE increíble memoria hasta de detalles secundarios que él recordaba con una nitidez cristalina. Precisamente en aquella última charla en la sede de Telefónica, recordamos cómo en una comparativa de un especial custom vino una chica con la que tuve una relación de casi un año tras aquello. Con nostalgia, le recordé esa anécdota y que la había conocido en el trabajo.
 

  • No -me dijo él con su seguridad marmórea- a esa chica te la presenté yo dos semanas antes en el trial indoor del Palacio de los Deportes. Era hija de un conocido mío y estábamos en la grada de prensa. Como ella tenía moto, la comentaste lo de la prueba y por eso la conociste.

 
¡Hasta se acordaba del nombre de la chica, Sonia! Así era Javier, memoria digna de un servidor de Google. Me quedé parado porque lo que me contó me trajo a la memoria un recuerdo que tenía borrado, el del día del indoor y la presentación de la grada y de lo guapa que era Sonia. Se rió un poco de cómo se me olvidan las cosas, y me estrechó la mano enérgica y rápidamente mientras se giraba y se iba a la Gran Vía a dar una vuelta, porque unos días antes se había mareado un poco en la quimioterapia y, me comentó, así se recuperaba para seguir corrigiendo el próximo MotoCatálogo. Y se alejó.
 
Un periodista de otra época, irrepetible y casi inimaginable en el escenario actual del periodismo frío, globalizado y técnico,  en que un aficionadillo se monta un blog y en dos semanas se cree el rey de la prensa del motor. El Cheli era poco diplomático y te hacía trabajar hasta niveles, digamos, poco aceptables€ pero no le podías discutir porque él empezaba a trabajar antes que tú y terminaba más tarde, con una capacidad, iniciativa y capacidad mediática que no tenemos nadie de los que nos dedicamos actualmente a este mundillo.
 
Era El Cheli.
javier herrero