Crónica de un viaje retrospectivo a lo más profundo del motociclismo

Del mito a la leyenda: de Arguis a Cantalejo

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La Leyenda Continúa
Javier Berna
Javier Berna

Tenía la intención de escribir una crónica sobre todo lo que ha dado de sí la 38º edición de La Leyenda Continúa, pero tras vivir y sentir el fin de semana, me permitirás, querido lector, que me desvíe de mi intención inicial para centrarme en otros aspectos, en el sentido más espiritual del viaje, de las vivencias y las reflexiones.


Tal vez podrás sentirte identificado con los pensamientos de un motorista que durante un fin de semana realizó un camino retrospectivo a sensaciones que parecían olvidadas. Te invito a que también tú realices esa mirada introspectiva a tus propias vivencias y vuelvas a reencontrarte con quien una vez fuiste, y disfrutar como hice yo, que me hallo inmerso en un mar de sensaciones, de placeres y de reflexiones que inundan mis pensamientos. Y además no puedo quitarme la sonrisa de la boca.

Nos decidimos a realizar el viaje hacia La Leyenda Continúa 2020 con la intención de unir dos lugares de referencia para el motociclismo español: Arguis y Cantalejo. Un lugar que es ya un mito, Arguis, con otro que ya se ha convertido en leyenda: Cantalejo. 423km kilómetros de carretera separan ambos lugares y que se han convertido en un viaje espiritual a lo más profundo del motociclismo. Arguis, Cantalejo, cada uno expresan, a su modo, la esencia del mototurismo. Son, sin duda, las dos antenas emisoras de onda corta del motociclismo español: Arguis, el origen de todo, se mantiene con su sobriedad minimalista y un ambiente inigualable; Cantalejo por la rica variedad de propuestas y actividades pensadas para los que amamos los viajes en moto y con una organización sencillamente soberbia.

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Para realizar el viaje nos decantamos por nuestra infatigable compañera de tantas aventuras de juventud: la icónica Yamaha TZR 80 RR de 1992. Una moto que en justicia debe ser de lo mejor que se ha fabricado jamás, teniendo en cuenta que ha resistido nuestra adolescencia, la dejadez, los malos aceites y la falta de dinero para arreglar las cicatrices de los años, lo que no es poco mérito. La TZR andaba ya con ganas de volver a ser la titular de un viaje, desde que allá por 2010 hiciese su última andadura por el Pirineo francés, antes de sufrir, la pobre, una serie de lesiones por una desgraciada caída en circuito. Nuestra fiel compañera quedó un tiempo descansando, después de darnos mucho exigiendo muy poco, antes de que el pasado año nos decidiésemos, por fin, a devolverle todo el cariño que ella nos ha dado a lo largo de los años.

Para esta aventura segoviana me acompañó el infatigable José Picatxu con su Honda PCX 125. Siempre se puede afirmar que con amigos de verdad, la vida es mucho más fácil. Y el viaje, aventura, o como lo quieras llamar, se tornó en una experiencia que trascendía lo terrenal para adentrarse en lo espiritual. Allí en tierras segovianas me encontraría con mis amigos y compañeros de toda la vida: Noé, Alberto, David, Oscar, Edu€. sin olvidarme de todos los que por una razón u otra no pudieron venir este año y que dan forma, vida y razón de ser a eso que llamamos Moto Club Monrepós.

OBJETIVO CANTALEJO

La pequeña empujaba con alegría camino de Cantalejo, pese a las alforjas, el gran petate y el viento de cara que nos acompañó hasta que entramos en Castilla. En conciencia pensaba que le sobran prestaciones para viajar conforme a los límites actuales. Extraordinariamente cómoda, estable, con buena protección aerodinámica, un paso por curva excepcional, 17 CV y velocidad punta suficiente tanto para adelantar como para que a uno le quiten algunos puntos del carné en una nacional, la TZR se mostraba feliz, ronroneando como un gato a cada kilómetro, orgullosa y altiva, volviendo a recorrer esas nacionales que tanto le gustan. Incluso durante los casi 200 km adicionales de turismo que hicimos a dúo por Turégano, Sacramenia, Sepúlveda y otros pueblos, la TZR se mostraba más que capaz e incluso exhibía su carácter matagigantes en las carreteras retorcidas. Y es que «la cabra siempre tira al monte».

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Durante el viaje pensé mucho en mis primeros viajes en moto. El olor a Castrol TTS realiza para un motorista la función del incienso en un templo budista. Es el aroma que expande la mente, invita a meditar y alcanzar la iluminación, el nirvana motorista, de modo que el viaje se convirtió en una meditación profunda sobre el sentido de la vida. Me vi con mi abuelo (gracias yayo, donde quiera que estés) aprendiendo a ir en moto con la Montesa Cota 25 y aquella brutal YZ80 de motocross de la que tengo, a modo de tatuaje, variadas heridas de guerra; me vi con mi tío aprendiendo a llevar sidecar y sus BMW de preguerra; con mis padres viendo a Rainey y Schwantz en la tele. Se cumplen 25 años de mis primeros viajes, verdaderas aventuras, con la FDS 50 never ready que heredé de mi primo. Cuando pasé a la moto de 80, con 16 años, como hacíamos los chavales de aquellos irrepetibles años 80 y 90, de pronto sentí el orgullo de llevar una «moto grande» porque llevaba «matricula blanca». Si ya estás cerca de los 40 o los has pasado ya, sabes bien de qué hablo. ¡Qué recuerdos! Sin móviles y con el seguro sin grúa, pero con una ilusión capaz de sobreponerse a todo; con una moto fiable, con la que podías viajar muy lejos, llevar pasajero y adelantar a los camiones. El salto de apenas 25 cc desde el ciclomotor era entonces un abismo y la satisfacción tan grande que no creo que hoy exista nada que pueda compararse a aquello.

Atardeciendo bajo el frío helador de la N-110 entre Ayllón y Riaza (todos los años me congelo en este tramo), empecé a recordar a aquellos que ya se fueron, como Dani Freddy Krueger y la lección vital que me dio nuestro eterno director y maestro Javier Herrero antes de marcharse para siempre (él, desde el Cielo, sabe a qué me refiero). Entre el sonido hipnótico del dos tiempos y el olor a Castrol, resonaban los ecos de mis abuelos hablando sobre sus viajes con la BMW R63, de sus carreras y de los rallyes; de mi abuelo Pepe, el de Tresjuncos, desglosando las muchas virtudes de la DKW NZ 500 que tantos años le acompañó. Por un momento elevé la vista al cielo y les saludé, sabedor de que todos ellos me miraban desde arriba. Picatxu me preguntó después acerca de la clase de señas extrañas que estaba haciendo.

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Pensé mucho que en Cantalejo se cumplía el aniversario del primer beso con la que hoy es mi mujer, hace ya casi 20 años, y la que ha sido, tanto con su propia moto como en la parte de atrás de este sillín y de tantos otros sillines que hemos compartido a lo largo de los años, la mejor compañera de viajes y de cada kilómetro de la vida. A veces la Providencia se muestra clara cuando cruza en tu camino vital a alguien como ella. Perdido en mis reflexiones, en ocasiones no podía evitar emocionarme dentro del casco, pues a cada momento saltaban en mi mente diapositivas de nuestras primeras escapadas a suelo francés, siendo unos críos (¿te acuerdas de Castres y Albi?), como de nuestros viajes posteriores que nos han llevado a recorrer toda la Cristiandad desde Finisterre al Cabo Norte, de aquellos dos jóvenes enamorados ávidos por descubrir el mundo y de todos los kilómetros, países y gentes que aún nos quedan por conocer mientras la salud y las obligaciones lo permitan.

Los kilómetros pasaban, y de tanto en tanto pasaba por mi cabeza la incertidumbre, la posibilidad de una avería, pero la TZR ni se inmutaba. ¿Por qué pensar así? Ella me miraba como diciendo «¿acaso te he fallado alguna vez?» En Cerezo de Abajo, bajando ya por la vieja N-I, se encuentra el desvío de Cantalejo. Súbitamente un escalofrío recorrió mi cuerpo y una extraña, pero a la vez conocida, sensación como una descarga eléctrica se apoderó de mí. ¡Ya llegamos! La ilusión, la alegría y el orgullo por haber llegado se mezclaban con una extraña melancolía por un viaje que por ese día se acababa. No quería que nunca acabase. En ese momento entendí lo que me pasaba: acostumbrado ya a la vida adulta y a los viajes con una moto actual, viajar de nuevo con la pequeña 2T me había transportado a todo un universo de sensaciones que, aparcadas, latían en algún rincón de mi alma. La ilusión y la alegría se desbordaban y de pronto me sentí exactamente igual que entonces, aquel joven de 16 años que se abría a la vida, con todo un mundo de sueños y lugares que descubrir por delante, me llamaba desde dentro. Me gritaba que nunca jamás pierda la ilusión, que siga soñando, que nunca me conforme, que me rebele, que me sienta vivo. Nunca pensé que el joven que fui le pudiese dar semejante lección al adulto que soy. Y es que a veces debemos mirar al interior para encontrar respuestas.

EN CANTALEJO

Durante la estancia en Cantalejo, no es posible describir todas las muestras de cariño que recibimos. Nuestro Moto Club, el Monrepós, recibía el premio «Leyenda de Honor 2020». Este año era tan especial que íbamos de un lugar a otro sin poder borrar la sonrisa. Confieso que nunca habíamos recibido tanto afecto de tantos y tantos motoristas anónimos, y que no somos capaces de expresar con palabras nuestro agradecimiento a los organizadores y a todos y cada uno de los participantes de La Leyenda. La organización nos dio la sorpresa añadida, e inesperada, de ser nosotros los encargados de encender las antorchas desde la torre del Castillo de Turégano. Una experiencia, un verdadero honor, muy intenso e inolvidable. Agradecimiento también a los chicos de la «Taberna Galaica» que es cada año, ya desde los tiempos de Puente Duero, nuestra base de operaciones donde repostar.

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Charlas y reencuentros con los primeros espadas del mototurismo: Gustavo Cuervo, Marcel Barrilero, Ricardo Fité; encuentro con Juan Carlos Toribio, con Mayte, Pedro, Mariano, Chema…. Luis «El Mudo», Conchi Ares y Celes, Jules, Michel Cornile, Juan Polonio, Daniel y Chantal, los de Tresjuncos……. Amigos de los que ya no se encuentran y que no importa cuánto tiempo transcurra, porque siempre es como si te hubieses visto ayer, y sabes que nunca faltan, ni faltarán, a su cita en Cantalejo. Inolvidable charla con el maestro Emilio Zamora, de quien podemos asegurar que su categoría humana es incluso mayor que su habilidad como acróbata.

CAMINO DE HIELO Y NIEBLA

Tras un fin de semana de auténtica magia esperaban los 400 km de regreso, que depararían momentos inolvidables. Bajando de Ayllón pude coincidir con los valientes y simpáticos catalanes que regresaban a Bañolas con sus Vespas. Bajo la espesísima niebla que inundaba el paisaje helado junto al Duero, un paisaje blanco e inspirador que transmitía una paz profunda, compartí 40 inolvidables kilómetros junto a ellos, mientras pensaba también en los valientes del desafío que acudieron como cada año con ciclomotores, o que seguro ellos también se encontraban absortos en ese mismo momento en reflexiones similares a las mías. Ese fue el momento de recordar, no sin partirme de risa yo solito dentro del casco, los tres últimos párrafos del mítico artículo de Marcel Barrilero titulado «La moto como complemento» y de esos «gurús» de los que él hablaba, ausentes totalmente de esta cita segoviana, como no podía ser de otro modo, emplazada en el abismo que se ubica fuera de la M30. Y es que la verdadera pasión por la moto se dio cita en Cantalejo, sin artificios. Ese ambiente de verdaderos motoristas, de amistad y camaradería es el mayor logro y la marca de la casa de esta magnífica reunión invernal, la más grande de cuantas se celebran para motoristas de pura cepa.

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Me acordé también de mis jefes, Ángel y Agustín, a quienes estoy eternamente agradecido por facilitarme con una sonrisa estas pequeñas locuras que cristalizo en las páginas de Fórmula Moto, esta revista que es voz y alma de apasionados como lo fue su fundador. Y de pronto, tras algunos años de graves padecimientos en lo personal, de sinsentidos y a pesar de quienes cobardemente escudados en su poder han movido los hilos de la infamia, pese a los malvados, esos pobres diablos, me sentí el hombre más feliz y afortunado del mundo. Subido en la TZR disfrutando absorto del bello paisaje congelado, con mi Garibaldi lleno de escarcha, me sentí más vivo que nunca presa de una enorme felicidad que me ardía en el pecho. Viajar en moto y aún más, por su intensidad, cuando lo haces en una moto modesta, es el mejor remedio para la melancolía, el Bálsamo de Fierabrás que todo lo cura, pero lo que es más importante, es el medio para elevar mente y espíritu, transportarte a un plano de conciencia superior y darte cuenta que la felicidad está al alcance de la mano y no se puede comprar. Lo dijo otro gran sabio español llamado Lucio Anneo Séneca: «Cabalgar, viajar y mudar de lugar recrean el ánimo». Y es cierto.

La pequeña 2T regresó, feliz, con casi 1.000 km más en 3 días y muchas más ganas de guerra, pidiendo que la llevase en marzo a la Hivernale de la Burle para contarlo en estas páginas. Al llegar a casa cansados del viaje, mi mujer y yo nos fundimos en un abrazo, uno a cada lado de la TZR de modo que una vez más, los tres éramos uno solo, como antaño. Los jóvenes que fuimos se encontraron con los adultos que somos y en ese abrazo de dos enamorados y una vieja moto, volvimos a soñar todos juntos.

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