Especial Marruecos

Apuntes de viaje en BMW

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Apuntes de viaje en BMW
Francisco Callejo
Francisco Callejo

Lo recuerdo bien porque quedé impactado. Visité Marruecos por primera vez en verano de 1986. Aunque tenía bastante experiencia en largos viajes paneuropeos en moto (Grecia y Cabo Norte incluidos), yo era un pardillo en África. Ahora he regresado con más experiencia en este continente y sobre una moto de última generación, una BMW R 1250 GS Adventure.


Solo un pardillo se presenta en el mes de julio en la frontera de Marruecos con un traje de cuero y una BMW R 90 S (una moto deportiva de carretera increíble para la época), con un amigo (Keko), en una todavía menos apropiada Guzzi 850 Le Mans.

En aquel inolvidable viaje de casi un mes recorrimos el país alauita de punta a punta, pasamos un calor terrorífico y, tras unos cuantos revolcones en los pasos de arena, logramos alcanzar las dunas de Merzouga gracias a las indicaciones de un guía que contratamos en Erfoud y que tuvo la osadía de ir de pasajero en la Guzzi (sin casco, por supuesto) indicando el camino.

A cambio recibió unos dirhams y se llevó de recuerdo varios desollones en los pies y manos, cortesía de alguno de los aterrizajes. Por aquellos tiempos el asfalto se acababa muy lejos del Erg Chebbi (mucho antes de llegar a Erfoud) y a orillas del mar de dunas solo había un pequeño cafetín donde nos dejaron dormir en el tejado «à la belle etoile». Recuerdo el brillante cielo nocturno como nunca lo había visto hasta ese momento y cómo, estirando los brazos, casi podía acariciar las estrellas.

Tardé unos años en volver a Marruecos y, a partir de principios de este siglo he podido visitarlo prácticamente cada año. Incluso a veces, un par de viajes anuales, por lo que estoy siendo testigo de los importantes cambios (¿y avances?) que está sufriendo/ disfrutando el país.

Con un pie en el ayer y otro en el mañana

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Nada más desembarcar en el novísimo puerto de Tanger Med (hora y media de ferry desde Algeciras), el viajero descubre unas instalaciones de última generación, razonablemente pulcras y bien señalizadas que te llevan hasta los puestos de Policía (para tramitar la entrada de personas) y de Aduanas (donde gestionar la importación temporal de los vehículos).

Recientemente han cambiado todo el sistema informático, que hasta hace poco funcionaba en base al legendario formato informático de pantalla negra con letras verdes monocromo IBM MS-DOS (de los años ochenta) y con formularios rellenos a mano. «Parece que esta vez vamos a hacer todo el papeleo con rapidez», era el comentario entre los recién llegados, pero en la práctica nos demoramos más de dos horas. A pesar de la nueva informática, no aprecié cambios en la actitud de algunos funcionarios, que con una cola de más de cincuenta vehículos esperando impacientes, continúan en su animada charla, con las manos en los bolsillos y con esa manera tan suya de caminar arrastrando los pies. Y, claro, no puedes por menos que recordar el repetido proverbio bereber, «prisa, mata».

Una moderna autopista de peaje te recibe al abandonar el puerto y, siguiendo las indicaciones de Tánger y posteriormente Larache, podrías llegar en unas tres horas a Rabat o Casablanca. El peaje tiene un precio más que razonable y el asfalto es correcto, pero no debes despistarte ni un instante, porque en cualquier momento puedes encontrar personas y animales, incluso carros, cruzando por medio de la calzada.

Cuando se construyó esta moderna vía de comunicación se partieron por la mitad comunidades, pueblos y aldeas, pero la gente tiene que pasar por algún lado para visitar a la familia y amigos. Por supuesto que ante estos peligros debes de ser muy prudente con la velocidad y no superar los 100-120 km/h (velocidad máxima legalmente permitida). Si te despistas, rápidamente te despertará un gendarme parapetado detrás de unos arbustos con una pistola de radar. ¿Su presa favorita? Los compatriotas residentes en el extranjero que van a visitar a la familia con sus flamantes y potentes coches de reputadas marcas alemanas (nada de viejas camionetas cargadas hasta las trancas como hasta hace unos pocos años).

Pero esta labor de control de la velocidad es realmente importante, pues en los últimos años la siniestralidad se ha disparado como consecuencia del crecimiento exponencial del parque de vehículos, la escasa educación vial de los conductores y el mal estado y sinuoso trazado de la red de carreteras, la mayoría de las cuales permanece sin cambios desde hace muchos años.

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Cuando abandonas la autopista, las carreteras del norte de Marruecos, de asfalto sucio y liso como el cristal, son un hervidero de coches y camiones, con adelantamientos complicados y riesgo elevadísimo. No esperes encontrar muchas tartanas o chatarras circulando, que todavía las hay.

La acelerada industrialización del país y el establecimiento de dos megafábricas de Renault en Tánger y en Kenitra (cerca de Casablanca) han favorecido la rápida renovación del parque de automóviles. Ya ves muy pocos taxis viejos, casi todos Mercedes de la serie 123 (fabricados entre finales de los setenta y principios de los ochenta). Estos vehículos han sido durante más de cuarenta años los responsables del transporte privado en el país, inevitablemente con ¡siete! pasajeros a bordo (tres delante y cuatro detrás).

Recuerda que en África los taxis son compartidos, es decir, que la gente va subiendo y bajando a medida que hay plazas disponibles (siempre cabe uno más) porque algún pasajero ha llegado a su destino. Con un acertado plan de incentivos del gobierno alauita, los viejos y humeantes taxis Mercedes están siendo sustituidos a marchas forzadas por los Dacia Lodgy, con tres filas de asientos, que legalmente pueden acomodar hasta seis pasajeros. No creo que estos modernos Dacia duren tantos años como los Mercedes, pero lo que es cierto que circulan con gran soltura y sin desprender ingentes cantidades de humo negro.

De paso hacia el sur

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Si estás planificando un viaje por estas tierras te recomiendo que antes de avanzar hacia el sur te des una vuelta por las coquetas localidades de Assilah, con una pequeña, pero preciosa medina junto al mar donde viven muchos europeos y Larache, antigua capital del protectorado español y que todavía conserva bellos edificios de aquella época como el mítico Hotel España, construido en 1926.

Y no olvides Tánger, donde puedes caminar por su paseo marítimo, en la misma orilla del Estrecho de Gibraltar, con la amurallada Tarifa al otro lado del charco y casi a tiro de piedra. Si durante el paseo dejas volar tu imaginación, rápidamente te vienen a la cabeza escenas de películas, intrigas y la emoción de pisar un lugar estratégico y único en el mundo, por el que ha transitado la historia de la humanidad. Mirando el tráfico incesante de barcos por el Estrecho se pasa el tiempo volando, pero también te embarga la tristeza cuando piensas en la cantidad de personas que pierden la vida a diario intentando alcanzar la otra orilla en busca de una vida mejor.

Estandarte de la modernización acelerada del país, un moderno tren de alta velocidad entre Tánger y Casablanca corre paralelo a la autopista entre grandes campos de cultivos de hortalizas (la mayoría para exportar a Europa) y que fue inaugurado el pasado año por el rey Mohamed VI. Construida originalmente por los portugueses en el s. XVI, Casablanca es la tercera mayor ciudad de África y obsequia al motorista con un tráfico infernal.

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En el caótico tráfico se entremezclan todo tipo de automóviles, carros tirados por burros, bicicletas, ciclomotores, personas cargadas como y peatones que cruzan por el lugar más inesperado y para los que el semáforo no es más que otro objeto decorativo. Dentro de esta macrourbe no tienes que adentrarte en las montañas más remotas para apreciar cómo en el Marruecos actual las desigualdades han aumentado en los últimos años y el cacareado progreso y bienestar social solo alcanza a unos pocos privilegiados. Y esto es algo que esta sucediendo ahora en casi todo el mundo, pero muy especialmente en África.

La elegante mezquita Hassan II, inaugurada en 1993 y considerada el templo más alto del mundo, merece una detallada visita y, desde luego, impresiona al viajero. Ubicada sobre terrenos ganados al mar, la calidad impecable de construcción, los materiales nobles empleados, el magnificente tamaño y el emplazamiento privilegiado han sido elegidos cuidadosamente para dejar impronta en tu memoria y pasar a la historia. Pero mucho más impactado te quedas cuando te cuentan lo que ha costado (más de 500 millones de euros de los años noventa) y los años que tardará el país y sus empobrecidos habitantes en acabar de pagar el capricho del anterior monarca y padre del actual.

Te recomiendo que dejes cuanto antes las grandes ciudades de la costa y encamines tu destino hacia el interior, camino de Mequinez (te sorprenderá) pero, sobre todo, para llegar a Fez, cuarta ciudad imperial (tras la anterior, Rabat y Marraquech), centro religioso y cultural (universidad famosa por el estudio del árabe) y la mayor medina del país.

El interior de Marruecos

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La ciudad nueva (Ville Nouvelle) ha crecido mucho y también resulta caótica y llena de vida, pero Fez merece el viaje para perderte en su enrevesada medina, sin rumbo fijo y sin prisas para disfrutar de cada momento. Cuando te alejas de las entradas más turísticas y recorres las tiendas «de barrio» con los comerciantes tranquilamente charlando y ofreciendo su mercancía a sus clientes habituales, empiezas a descubrir la vida en el auténtico Marruecos.

Agradables fragancias a especias, perfumes y jabones se mezclan con olores repugnantes de pieles o de basura putrefacta en los rincones. La belleza y la mierda aleatoriamente se alternan, saltando de calles razonablemente cuidadas, a otras flanqueadas por edificios en completa ruina, con amenaza de derrumbe inminente, basura inundando el suelo y agua pestilente chorreando por el empedrado pavimento.

Y no solo la recogida de basuras es un asunto de primer orden pendiente, sino también el mantenimiento y conservación de los edificios y sus instalaciones. Debido al origen medieval de la medina, sus calles son muy estrechas, se encuentran llenas de rincones y recovecos, y no permiten la circulación de vehículos. Solo algunos osados motoristas a bordo de ciclomotores (cargados hasta las trancas) se atreven a cruzar el laberinto, pero la mayor parte del transporte interior se lleva a lomos de asnos y mulas, que circulan por sus callejuelas con total soltura, abriéndose paso a empujones y sin vacilar entre la muchedumbre.

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Por supuesto no debes dejar de visitar la zona del curtido de pieles, donde los colores de los tintes y, sobre todo, su nauseabundo olor, te dejarán marcado de por vida. Contratar un guía local puede ser una buena idea para no perderte los rincones más interesantes y ayudarás a la economía local con tu pequeña aportación. La gran mayoría de estas personas son buena gente y con ganas de que te lleves una buena impresión de la visita. Pero eso sí, no cejarán en su empeño para llevarte a las tiendas (de alfombras, o cualquier otro recuerdo) para recibir su correspondiente comisión de lo que compres.

Como la visita es larga, nada mejor que reponer fuerzas con un buen tajine o una kefta en uno de los numerosos restaurantes (pequeños y muy modestos) del interior de la medina. El primero es el plato tradicional marroquí, compuesto por verduras y carne cocida al vapor con muchas especias en una olla de barro con su típica tapa con forma de cucurucho invertido. Suele ser una apuesta ganadora y en mi opinión, mucho mejor que el tradicional cuscús. La kefta también está muy rica, con una especie de albóndigas de carne aderezadas con piñones, guisadas en una salsa de cebolla, ajo, perejil, pimentón picante, cominos y aceite de oliva.

Las montañas del Atlas

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Después de Fez te recomendamos que te dirijas hacia el sur, para perderte en las cercanas montañas del Atlas, donde disfrutarás de maravillosas carreteras (pocas) y pistas de montaña solitarias, que te sumergen en un paisaje de cedros, peñascos y amplios horizontes, donde la vegetación brilla por su ausencia. Siempre recuerdo este detalle desde mi primer viaje y continúo asombrándome de que no crezca ni una brizna de hierba en estos desolados páramos de las montañas marroquíes.

Y esta ausencia de vegetación provoca una erosión espeluznante cuando descargan las lluvias (casi siempre torrenciales), con aldeas inundadas, derrumbamientos y carreteras o pistas que desaparecen con el agua. En invierno esta zona del Atlas es realmente fría y te puede sorprender la nieve que dejará impracticable el camino, en un país donde el mantenimiento de las carreteras es escaso y las quitanieves simplemente no existen.

Las modestas casas de estas aldeas de montaña (y del resto del país) no disponen de calefacción y es habitual ver a las mujeres (son el corazón de África) con grandes haces de leña a cuestas para calentar la vivienda, mientras que los hombres, vestidos con una gruesa chilaba de invierno con la capucha calada sobre sus cabezas están charlando entre ellos con las manos en los bolsillos, o sentados en el bar tomando café, o té.

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La chilaba (de verano o de invierno) es la prenda tradicional de Marruecos, utilizada tanto por hombres como por mujeres (en este caso suele ser más colorida) y se distingue del caftán porque este (más elegante) no lleva capucha. Solamente en el norte del país y en las grandes ciudades encontrarás mujeres con los cabellos al viento, mientras que en la mayoría del país las mujeres llevan cubierta su cabeza con el hiyab a partir de la pubertad. El velo significa seguridad y protección. Una mujer que lo lleva es más respetada y el acoso, en el Marruecos de hoy, es un problema nacional de primera magnitud.

En los pueblos encontrarás cientos de niños caminando por la calle, especialmente si pasas en el momento de salida de la escuela, que saltan de júbilo al verte, agitan sus manos para saludarte y corren como liebres a tu lado (algunos, descalzos). La moto, especialmente si es bien grande y brillante como nuestra BMW R 1250 GS Adventure, es un vehículo que contagia empatía y siempre despierta admiración. Tal vez porque el conductor va al aire libre y en contacto con la naturaleza, tal vez porque es el siguiente paso a la deseada bicicleta€ quién sabe.

Los niños, más ruidosos. las niñas, más discretas, siempre en segundo plano (la mujer musulmana debe ser recatada) y normalmente mejor vestidas, pero sin perder detalle con los ojos abiertos como platos. Algunos intentarán «chocar» tu mano al pasar (cuidado, te tan un manotazo realmente fuerte) y otros te miran en silencio, con un gesto tal vez un poco crítico cuando pasas a su lado, en una espectacular máquina de dos ruedas y vestido como un astronauta, mientras que ellos solo disponen de unas humildes chanclas de plástico para caminar.

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La población de Marruecos se ha duplicado en los últimos cuarenta años hasta superar los treinta y cinco millones de habitantes en la actualidad, con una media de edad mucho más baja que en la envejecida Europa. Los ruidosos niños son los reyes, abarrotan los pueblos y su sonrisa y griterío son una constante durante el viaje.

A medida que avanzas hacia el sur encuentras población con la tez más morena. Aunque el idioma te suene parecido, en realidad ya estarás escuchando bereber, hablado mayoritariamente al sur del Atlas por esta etnia que prácticamente representa la mitad de los habitantes del país. El río Draa nace aquí en lo alto de las montañas y desciende por un majestuoso valle rodeado de palmeras hacia el desierto. En su primera parte el agua es abundante y una gran población está asentada en pequeñas aldeas, una a continuación de otra, en sus orillas.

Tanto si recorres la margen derecha por la nueva carretera, como si te aventuras por la margen izquierda, hasta hace poco pista y ahora mitad grava, mitad asfalto, te aseguramos que disfrutarás de los mejores momentos del viaje. Y al final, Zagora, la capital del desierto y que, gracias al turismo y a los cultivos de sandías, ha crecido una barbaridad en los últimos años. Sí, has leído bien, sandías. Tras la perforación de pozos se han roturado terrenos desérticos baldíos y gracias a técnicas de goteo se ha producido el milagro. Grandes extensiones de sandiales en medio del desierto, atendidos por mano de obra inmigrante (todos tenemos un «vecino de abajo»). Y no puedes abandonar Zagora sin inmortalizar tu paso delante del legendario letrero: «Tombuctú, cincuenta y cinco días€» (en camello).

Si tus ansias de aventura siguen intactas, a partir de Zagora puedes seguir por pista el cauce del río Draa, cuyas aguas suelen desaparecer en el desierto, pero que con las fuertes lluvias o tras el deshielo llegan a alcanzar su desembocadura en el Atlántico cerca de Tan Tan. Esta ruta de más de 800 km, que te puede llevar de dos a cuatro días, atraviesa parajes semidesérticos y prácticamente despoblados (aunque puedes encontrar gente en los lugares más inverosímiles).

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Exige cierta planificación logística (comida, alojamiento y combustible), además de moto y piloto con mínimas habilidades técnicas, pero tiene ya auténtico sabor de aventura y, por si te hace ilusión, se recorría durante muchos años en la segunda etapa africana del Rallye Dakar (y empezando 350 km antes, en Er Rachidia). Por el camino puedes encontrar familias nómadas viviendo en sus jaimas (normalmente con un viejo Land Rover Santana aparcado al lado) erigidas sobre el árido y pedregoso paisaje (hamada).

Si te acercas a estas familias (por favor aparca la moto lejos y acércate andando, tras quitarte el casco) te sorprenderán con su cálida acogida y de inmediato, el ofrecimiento de sentarte para tomar un té. Es el momento de entregar algún pequeño regalo a cambio, como pueden ser unos lápices para los chicos o pequeños jabones para las mujeres, detalles de pequeño tamaño que siempre se pueden llevar en los bolsillos de una chaqueta de motorista. Y como punto final de esta emocionante ruta, el acantilado de la orilla sur de la desembocadura del río Draa en el Atlántico, un lugar mágico al atardecer, con el sol a tu espalda, las olas penetrando en el cauce mientras sube la marea y enfrente, las doradas dunas ocupando toda la orilla norte.

Marrakech resulta una parada obligada en tu camino de regreso y especialmente su ajetreada plaza central Djemaa el Fna, Patrimonio de la Humanidad, que resume en un solo lugar gran parte del ambiente africano. Recuerdo que en mi primera visita el pavimento de la plaza era de polvorienta tierra rojiza y, no sé si porque era la primera vez, pero nunca he vuelto a sentir aquel ambiente auténtico de vendedores de agua (aguadores), zumos, tenderos o encantadores de serpientes. Algo tendrá también que ver el turismo masivo y no es que sea un tópico, pero ahora está llena de visitantes chinos.