Homenaje de Tomás Díaz Valdés

Ángel Nieto, las Curvas de la Vida

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Primera carrera de Ángel Nieto (13 años) . A su izquierda, Tomás Díaz Valdés (19 años)
Tomas Diaz
Tomas Diaz
Hace cuatro años terminé un libro que escribí con bastante ilusión: "Ángel Nieto, las Curvas de la Vida". Fueron, son, doscientos y pico folios que están en la memoria del disco duro de mi Mac. Ahora hemos asistido a la última curva de su vuelta final.


Saqué copias en un “pen drive” que le envié al protagonista del libro, a varios miembros de su familia y algún amigo. Quería conocer su opinión, antes de mandarlo a la imprenta. He esperado un tiempo prudencial. Ángel me comentó: “Nada más que hablas de ti”. Le pregunte cuántas páginas había leído. Me contesto que diez. Se había leído el prólogo donde digo quién soy y porqué escribo este libro. Naturalmente, conociendo al personaje, poco dado a la lectura y menos de un texto sin ilustraciones, comprendía aquel comentario. Nada más.

angel nieto 26 gHace unas semanas volví a hablar con él. Quería fotografías de niño, cuando llegó a Madrid. “Llama a mi hermana y que te las dé. Ella tiene todo. O a Carlita… Pero cómo vas a publicar un libro, si no se venden” Le dije que era cuestión mía personal, que no pretendía hacerme rico. “Puedes hacer lo que quieras”. Estas fueron sus palabras.
 

Enviarle un borrador fue por uno de los capítulos – en el libro los llamo curvas-, especialmente en el que se centra en sus amoríos. Un tema delicado, porque cuento casi todo. Pero tanto él como Belinda, su actual esposa, me dijo que no lo veía mal. Todo el mundo que conoce este trabajo, insisto que escrito y terminado hace más de cuatro años, me anima a que lo publique. “Nadie mejor que tú puede hacerlo. Habéis sido uña y carne”, me increpan.

En estos días lo he pasado mal, bastante mal. Los que conocen mi relación con Ángel lo saben. Me llamó Belinda para decirme: “Se nos va, Tomás”. El que esto escribe salió pintando para Ibiza. A pesar de las fechas, conseguí llegar al hospital y poder abrazar a todos sus allegados. “Estamos esperando a que vengan unos neurocirujanos de Barcelona. Estarán aquí en dos horas”, me dice uno de sus hijos. No sé si fue “Gelete” o Pablo. Estaba tan angustiado… El doctor Ángel Villamor se había desplazado desde Madrid. Pero el prestigioso traumatólogo que todos conocemos, me dijo: “hay muy pocas esperanzas. Muy remotas, Tomás”. Fue cuando la tensión se me subió por las nubes. Veinte, una barbaridad. Me acompañaron a la sala de urgencia, dos plantas más abajo donde mi amigo, me dicen, estaba preparando la puerta del Cielo. Me dieron dos pastillas para calmar mi angustia. Yo estaba recuperándome en la habitación donde debería recuperarse Ángel cuando saliera de la UCI. Belinda estaba conmigo, junto a su hermana. Me dicen que había llegado Pepa, la madre de Gelete y Pablo. Que había peguntado por mí, porque mi mujer se había enterado del percance que había sufrido, y la llamó.

Pero lo importante no era lo mío. Una pura anécdota. Lo realmente importante era conocer si cabía alguna posibilidad de salvar a Ángel. La noticia explosionó en el ambiente de todo el hospital. ¡Ángel ha muerto! Había sido desenchufado de la máquina que le mantenía… ¿Con vida? No lo sé. Lo habían decidido los médicos después de la reunión entre todos ellos, incluidos los que vinieron de Barcelona y la familia.

Sollozos, abrazos. ¡Se nos ha ido!, ¡se nos ha ido! ¡Qué desesperación! ¡Qué injusticia! No podía creerme lo que estaba sucediendo en aquel modesto hospital. Todos los familiares y amigos allegados nos fuimos a casa de Juan Palacios. Allí, con más tranquilidad, se tomarían las medidas para el después…

¿Qué después?, me preguntaba una y otra vez. Mi mejor amigo se había ido de este mundo. No podía creerlo. Cómo es posible que un hombre que se ha jugado la vida por circuitos de todo tipo se fuera así. De esa manera, cuando iba a comprar a la ferretería unos aspersores para el jardín en su “quad”. Fue un golpe fortuito donde no hay culpables, salvo el golpe seco de su cabeza contra el bordillo.

He esperado unos días porque no tenía ningún ánimo de escribir. Lo hice cuando su cuerpo estaba presente en el tanatorio, por petición de Alfredo Relaño, director del que fue mi periódico, AS. No podían negarme. Me mandó un redactor para grabarme. Pero quería escribir personalmente la última crónica de la muerte de mi mejor amigo.

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Durante treinta años he contado todo o casi todo de Ángel Nieto en las páginas de AS. Tengo en mi mente uno de los mejores recuerdos de mi trabajo. Me acuerdo del agobio que tuve para enviar la crónica de la consecución del primer título mundial que consiguió Nieto. Entonces no había Internet y los teléfonos dejaban bastante que desear. Había picado la crónica en un télex que no había manera de hacer funcionar. A las once de la noche, cuando estaba a punto de cerrarse la edición, conseguí relatar a los taquígrafos aquel histórico momento. Quizás, por esa tardanza, solo salió una pequeña llamada en portada.

Entonces, el motociclismo era un deporte minoritario. No tenía consideración en nuestro país, a excepción de cuatro chalados, como nosotros, que creíamos en esta fascinante y espectacular disciplina deportiva. Fue el once de septiembre de 1969. Han pasado 48 años desde entonces.

La muerte del amigo Ángel, el del cielo, con esas alas negras de su casco, habrá llegado en el más allá para participar en ese Gran Premio de la final de la vida, puntuable para el Campeonato de la Eternidad. Allí estarán los que fueron amigos y adversarios, Santiago Herrero, Ramón Torras, Gilberto Parlotti, Barry Sheene, Ricardo Tormo… Seguro que Paco Tombas estará preparándole una excelente montura bajo la supervisión de Don Paco Bultó. También estará Pablo Arranz, “Cauca”, dispuesto a tirar la bandera de llegada a la meta. ¡Qué recuerdos!

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