De glaciares, praderas y rascacielos

Ruta de los Exploradores Olvidados

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Ruta de los Exploradores Olvidados
Miquel Silvestre
Miquel Silvestre
Todo lo que empieza tiene un final. Una vuelta al mundo en moto debe terminar regresando al punto de partida. Y eso voy a hacer viajando hasta Nueva York desde Alaska para mandar mi BMW (Atrevida) a España. Cuando lo consiga, habré completado el círculo del planeta, aunque ese nunca fue mi objetivo.


Mis metas son otras. Yo persigo exploradores españoles olvidados para lograr un documento fotográfico y audiovisual de calidad. La circunnavegación del globo sobre dos ruedas ya se ha hecho muchas veces y muchas más se hará. Como experiencia personal es de las más intensas que conozco, pero como empresa literaria está ya algo vista, puede que incluso demasiado. Actualmente se corre el riesgo de que se banalice y llegue a cansar por saturación a fuerza de lanzarse viajeros a la carretera con el único fin de contar sus experiencias en las redes sociales para devenir famosos o tener seguidores.
Abandono Valdez (Alaska), ciudad con nombre español más al norte del mundo, fundada por Salvador Fidalgo en el siglo XVIII y me dirijo hacia la cercana Anchorage, capital de facto de Alaska (que no legal), donde cambiaré los neumáticos de tacos TKC 80 que me han venido acompañando todo el viaje por unos de carretera pura: los Continental Trail Attack, porque ahora tengo claro que la mayor parte del viaje lo realizaré sobre buen asfalto.

Anchorage es una ciudad anodina con poco que ofrecerme, de modo que aprovecho para hacer una revisión en The Motorcycle Shop. En cuanto me pongo al día con los vídeos y los reportajes pendientes, salgo hacia Fairbanks atravesando el gran Parque Nacional de Denaly. Desde la carretera se puede divisar con nitidez el gran pico rocoso y afilado de McKinley, la montaña más alta de los Estados Unidos, 6.194 metros de altitud. Este coloso es una perfecta metáfora sobre la vanidad humana de los exploradores. Los nativos atabascos se habían limitado a contemplarlo y a llamarlo Denaly.  Sin embargo, cuando los mineros de la Fiebre del Oro lo vieron por primera vez, sintieron irrefrenables deseos de escalarlo.

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Las trampas de Mr. Cook

En 1906, el doctor Frederick Albert Cook proclamó haber conseguido alcanzar la cima y publicó un libro que lo catapultó a la fama. Algunos de sus ex compañeros organizaron una expedición posterior para demostrar que su proclama era más falsa que un euro de madera. Las fotografías que mostraron a su regreso, casi idénticas a las de Cook, habían sido tomadas a treinta kilómetros de la cima. Pero para entonces el buen doctor ya estaba metido en otra polémica con Robert Peary sobre quien había llegado realmente al Polo Norte. Tras examinarse las respectivas pruebas, Cook se hundió en el oprobio, posteriormente acabó en la cárcel por un fraude petrolífero y el lugar del McKinley que fotografió como si fuera la cima, se llama hoy «Fake Peak», o sea, Pico Falso.

Poco iban a durar los buenos propósitos que me había hecho al poner gomas de carretera. A unos cien kilómetros antes de llegar a Fairbanks está Cantwell, donde se celebra un festival de música Grasshoper y desde donde sale una pista sin asfaltar de 180 kilómetros llamada Denaly Highway que conduce directa hacia el este. Decido pernoctar aquí, disfrutar del ambiente y mañana atrochar por la grava aun sin llevar las mejores cubiertas para ello. La parada resultará providencial porque permitirá el reencuentro con Domingo Ortego, que está viajando por Alaska y con quien ya coincidí en la llegada a Valdez (Alaska). Juntos emprenderemos la marcha a través de la más salvaje y pura naturaleza.

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La pista no resulta complicada salvo por el barrillo que se forma con la lluvia. El firme es bueno y el escenario grandioso, magnífico sin paliativos. Recorrer esta región del planeta es un verdadero premio. Me lo lleva pareciendo desde que aterricé en Canadá procedente de Filipinas. Asia me había saturado por el calor y la sobrepoblación. Gente por todas partes. Pero aquí no hay gente. No hay apenas nadie más que algunos tenderos que tratan de hacer alguna ganancia con el turismo veraniego. Son tipos peculiares los que viven aquí. Individualistas, enigmáticos y algo huraños. Son gente que huyó de algo e intentó una nueva existencia más difícil pero alejada de una sociedad que no les gustaba. Gente como el malogrado Christopher Mcandles, el idealista muchacho de «Hacia Tierras Salvajes» que falleció de hambre y frío en un autobús abandonado en este territorio tan extremo.

Los grandes espacios, las inmensas llanuras, los altos montes, los inabarcables lagos€ todo aquí se confabula para que la Naturaleza haga sentir al hombre su pequeñez, su insignificancia, su finitud y la cortedad de una vida breve. Quizá por eso los hombres se han dividido entre los que han querido vengarse sometiendo el planeta a su poder tecnológico y los que han pretendido adherirse a esta abrupta superficie sin molestar, pidiendo permiso para admirar su grandiosidad. Yo no sé bien donde estoy situado. Respeto al monstruo, amo su benevolencia y temo su crueldad, me gustaría no molestarle, pasar como el aire, acariciando sin invadir; pero al mismo tiempo me entusiasma el motor de explosión. El rugido de la gasolina quemándose y la sensación de proyectarme contra el horizonte. Mi vida no tendría sentido sin la motocicleta. Me lo ha dado casi todo. Soy lo que soy gracias a que un día me subí en una.

Al terminar la pista encontramos un grupo de ciclistas argentinos que pretenden regresar pedaleando hasta casa cruzando toda América. Los admiro. Sé que ellos son más coherentes que yo con la filosofía del respeto a la Madre Tierra y a la economía del vagabundo. Si yo apenas puedo cargar con nada superfluo, su equipaje es aún más contenido. Envidio su autonomía, el no depender de gasolineras, pero sigo creyendo que mi modo de viajar es el auténtico regalo del Dios en que creo desde que entré en la Catedral de Uzbekistán, hace muchos miles de kilómetros. Compartimos un magro almuerzo sentados en el suelo mientras un curioso roedor de la pradera se acerca a olfatear quienes somos. Llevan varios días de esfuerzo para recorrer esta pista que a nosotros nos ha costado varias horas de diversión. A pocas millas hay un hotel. Convenimos en vernos allí al anochecer. Ellos acamparán, pero les ofrezco la ducha de mi habitación y unas cervezas cuando lleguen. Será otra de esas noches compartidas entre viajeros que van jalonando de felicidad el largo camino al fin del Mundo.

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Cuando llegamos a Tok, última población de Alaska antes de la frontera con Canadá, despido a Domingo y me encuentro con Alicia Sornosa. Viene de Fairbanks y juntos nos dirigiremos hacia Calgary, donde nos esperarán Fernando Quemada y Domingo para ir hacia Yellowstone. Atravesaremos juntos el Yukón y la Columbia Británica por la Alaska Highway. En Watson Lake haremos un alto para visitar una de esas chorradas que tanto gustan a los americanos: el bosque de señales de tráfico más grande del mundo. Una acumulación de postes, letreros y señalizaciones de los más remotos lugares. Los hay incluso de Europa. Sin embargo no hay nada español, así que dejo pegada una de mis pegatinas de la Ruta Exploradores Olvidados y seguimos trayecto.

 Búfalos en la gran pradera

Tenemos que atravesar un gran territorio de enorme pureza llamado Grand Prairy, o lo que es lo mismo: La Gran Pradera. Los búfalos campan a su antojo, lo mismo que los caballos salvajes y hasta algún oso negro escuálido al estar recién despertado de su hibernación. Más al sur, alcanzamos los últimos glaciares. Rodeados de esta naturaleza pujante y altiva uno no puede evitar sentirse como uno de esos pioneros del siglo XVIII que buscaron un futuro explorando las enormes extensiones del Nuevo Mundo a costa de su propia salud y seguridad. Esta categoría de gente dura y obstinada la describió perfectamente el francés Alexis de Tocqueville en un librito delicioso titulado «Quince días en las soledades americanas». Nosotros llevamos algo más de tiempo aquí, pero no dejamos de admirarnos ante esta bella tierra que el ser humano no ha logrado todavía corromper del todo.

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Mientras hacemos noche en un motel de carretera, coincidimos con algunos motoristas estadounidenses. Vienen de Seattle con rumbo a Alaska. Suele ser habitual que cuando contamos de dónde venimos y a donde vamos se sorprendan grandemente con nuestro viaje. Tomamos unas cervezas y charlamos sobre las diferencias existentes entre Estados Unidos y Canadá. A pesar de que para un europeo ambos son parecidos en las formas, en su gigantismo y en sus paisajes, para mí, Canadá es mucho más habitable. Se respira un ambiente menos tenso, socialmente relajado, poco dado al extremismo patriótico y las armas que tanto chirrían al viajero español que recorre USA. Los norteamericanos asienten, al menos en parte. Tratan de explicarme su punto de vista. Canadá se beneficia de la protección que les ofrece el manto militar de Estados Unidos, pero a pesar de ello lo mira con desdén y autosuficiencia.

-¿Sabes lo que significa «designated driver»?? me dicen.

-Asiento. Literalmente, el conductor designado es aquel que en las noches de borrachera ha de mantenerse sobrio para llevar a casa al resto de ebrios compinches.

 -Pues Canadá es el «designated» driver de Norteamérica? ríen.

Calgary se yergue majestuosa con sus altos rascacielos silueteados sobre el cielo azul profundo del verano. Promete algún restaurante y un buen reposo para nuestras exhaustas monturas. Mientras tanto, comparto motel, cenas y cervezas con Alicia Sornosa, Domingo Ortego y Fernando Quemada, el mejor vueltamundista español, único con los cinco continentes completos en un solo viaje.

Una taberna llamada Madrid

Entramos en Estados Unidos por Montana, el estado de los vaqueros que fuman Marlboro, el de las películas y las postales. Atravesado por la cordillera de las Rocosas, el viaje resulta espectacular y divertido. Típicamente americano con sus pueblos de cowboys suspendidos en el tiempo, las vacas gigantes y los altos silos de grano. ¿Y qué encontramos al llegar? Pues una taberna llamada Madrid donde sirven tapas, tortilla de patatas y vino tinto. Hartos de hamburguesas, es casi un milagro recuperar estos viejos sabores tan familiares. Cuando me preguntan qué es lo que más echo de menos cuando viajo, la respuesta es siempre la misma: el aceite de oliva, lo que considero la verdadera esencia de la cultura mediterránea. Pues aquí tienen. Y lo disfrutamos como náufragos recién rescatados.

Yellowstone, fundado por el presidente

Ulysses S. Grant en 1872, es considerado el parque nacional más antiguo del mundo. Inmenso espacio natural de casi 9.000 kilómetros cuadrados situado en una meseta a más de mil metros de altitud. Se extiende por Montana, Idaho y Wyoming. Abundan los osos, alces, lobos y bisontes. Rodeado por las estribaciones de las Rocosas, cuyos picos se alzan hasta los 4.000 metros, aquí se encuentra el volcán activo más grande del continente, el lugar por donde, según palabras de Fernando Quemada, «petará el mundo». El lago huele a azufre, los fenómenos geotérmicos se suceden y los bosques de árboles muertos ofrecen una atmósfera de irrealidad.

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En Yellowstone separamos nuestros caminos. Fernando y Domingo toman sus propios rumbos y Alicia y yo nos dirigimos a Dakota del Sur. Atrás quedan las montañas y poco a poco nos vamos introduciendo en un terreno llano, plano y aburrido. Kilómetros y kilómetros de llanuras ocres debido al verano. El cereal amarillento se siega y el verdor no regresará hasta dentro de unos meses, con la lluvia y la explosión de la cosecha. Paulatinamente aumentan las motocicletas. Pero ya no son motos trail como las que veíamos en Alaska y Canadá. Son Harley Davidson, la heredera directa del caballo del vaquero trashumante que representaban Glen Ford y Henry Fonda en aquella deliciosa película «Los Desbravadores». Éste es su reino. Somos nosotros los que estamos un poco fuera de lugar con nuestras BMW.

Sturgis, templo de la moto.

Sturgis, city of riders€ la ciudad de los motoristas. La población vive por y para el motociclismo macarra de los yanquis. Celebra desde 1938 una concentración cuyo origen se encuentra en una subida de colina campo a través. Actualmente es la más popular y célebre de los Estados Unidos. Es la feria de las vanidades cromadas y también de la obesidad. La comida es la religión de esta gente. Las raciones son pantagruélicas. Tal vez tuvieran sentido en los tiempos de los pioneros, cuando todo era esfuerzo físico y desgaste, pero ahora que la vida es sedentaria y fácil, resulta lastimoso ver tanta grasa desparramada sobre motos tan musculosas.

Circular por las calles del pueblo es estupefaciente. Miles y miles de motocicletas customs. Cuero, tatuajes, banderas, orgullo nacional€ y sobre todo, merchandising. América es un gran mercado, la fábrica perfecta de producir y consumir dólares. Aquí es donde más visible resulta el aserto de que el dinero no se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Y yo decido transformar un puñado de billetes en forma de un tatuaje con mi logo del Millón de Piedras World Tour para que no se me olvide nunca que he dado la vuelta al mundo en moto.

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Un día antes de llegar a Chicago, Alicia y yo decidimos separarnos. Yo quiero ir a Toronto a probar el scooter de BMW. Hay más de doscientos kilómetros hasta Chicago. Los hago del tirón atravesando una cortina de agua, metido en un tráfico infernal. Todo el área es una gran congestión debido a las industrias pesadas ubicadas en la región de los Grandes Lagos. Entro en la inmensa ciudad muy cansado. El atasco es formidable y no sé dónde voy a dormir. Mientras intento sortear los obstáculos rodantes que me rodean, oigo que me llaman a gritos. Giro la cabeza hacia la izquierda y veo que cuatro carriles más allá, separado de mí por una mediana de cemento, está Domingo Ortego. ¡Ya es casualidad! Le hago señas de que lo espero en la siguiente salida. Al cabo de un buen rato aparece. Ha tenido que dar un buen rodeo para llegar. Viene de Milwaukee, de visitar el museo de Harley Davidson.

El centro de Chicago es moderno, lleno de rascacielos, dinámico y rico. Intentamos encontrar alojamiento pero resulta del todo imposible. La ciudad está colapsada debido a un festival de rock. Hay que salir de aquí porque se está haciendo tarde y no podemos perder más tiempo. Nos cuesta un enorme esfuerzo. La autopista es una jungla donde los camiones campan a su antojo. Probamos en todos los moteles del GPS y a más de 100 kilómetros de Chicago siguen llenos. Se nos ha hecho de noche y estamos agotados. Hay que acampar, pero ¿dónde? Entre los datos almacenados en el navegador aparece un camping. Está a veinte kilómetros de nuestra posición. Cuando llegamos, resulta que no es más que una explanada de césped al lado de un manglar al que hay que llegar descendiendo una empinada pista de grava. Afortunadamente, guardaba una lata de cerveza de medio litro que me sirve de premio al puñetero día pasado. Lloverá durante la noche, pero para entonces ya estaremos roncando.

Toronto, la ciudad más poblada de Canadá, nos recibe con un urbanismo amable de calles rectilíneas y bajitas. Voy a las instalaciones de BMW Canadá a recoger el maxi scooter C600 Sport. No es que me gusten estos cacharros, pero la oportunidad de probarlo y hacer un vídeo no se puede desaprovechar, de modo que me interno en el tráfico de Toronto mientras Domingo va grabándome.

En la capital del mundo

He escrito a otro amigo que me atendió durante mi anterior visita a la ciudad, David Roccaforte, el Dr. Rock del foro ADV Riders. Él y su mujer, Francine, tienen un precioso apartamento en Broadway. Me alojará durante mi estancia en la capital del mundo. Cuando estoy con mis amigos en su superloft, recibo un mensaje. Es de Alicia, lleva días en Queens (N.Y.) en casa de una tía suya, pero no ha querido entrar en Manhattan sola. Me ha esperado para completar oficialmente la vuelta al mundo juntos.

Dr. Rock y Francine nos han preparado una cena en la terraza y contemplamos Manhattan al anochecer a nuestros pies. Al día siguiente salimos para hacer fotos. El Puente de Broadway, Central Park, Times Square, la Plaza Pulitzer, la Quinta Avenida, Little Italy, el Soho€ Es intenso y bello estar en la capital del Mundo, rodeado de mil razas, gentes, colores y estilos. Pero no me siento extranjero. Me siento dueño de la ciudad. Para llegar aquí he dado la vuelta al planeta. Aproximarme metro a metro, giro a giro de mis ruedas me hace ser legítimo dueño de la Gran Manzana.

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Me he puesto en contacto con Espacargo, una empresa ubicada en Nueva York, especializada en transporte de vehículos al puerto de Vigo usando contenedores marítimos. En Vigo tengo un buen contacto, Natalia Lago, agente de aduanas de Redball, quien ya me ayudó en su día para importar la Princesa de mi libro «Un millón de piedras». Está dispuesta a hacer el servicio sin cobrarme, y José, el dueño de Espacargo a hacerme una muy sustancial rebaja para colaborar en que mi aventura tenga el mejor fin. Empaquetamos a «Atrevida» en su nave y ellos se encargarán de todo.

Veinte días después será desembarcada en la dársena gallega. Logistic Vázquez Tarrés, empresa especializada en transportar motocicletas, enviará un camión a por ella. La operación será filmada y supervisada por un lector de Vigo, Berto Couso, quien me mandará un buen material para editar el vídeo de la recogida. LVT llevará la moto a Sevilla, al concesionario de BMW Todomoto, donde le harán una revisión completa, la calzarán con cubiertas Metzeler, mi nuevo patrocinador, y le pondrán un juego completo de maletas de aluminio BMW, que sustituirán a las mucho más endebles y frágiles que llevaba antes y cuyos anclajes tuve que soldar en varias ocasiones durante el viaje. Viaje alrededor del mundo tras los exploradores olvidados que terminará definitivamente cuando, subido de nuevo en «Atrevida», alcance Getaria acompañado de mi gran amigo McBauman, donde nos plantemos delante de la estatua de Juan Sebastián Elcano. Junto a él puedo decirle lo mismo que Carlos V en el blasón concedido a su regreso: «Primus circunmediste me» (Tú, el primero que me circunnavegó). Quizá se lo digamos con la misma admiración, pero la diferencia entre el rey y yo es que yo ahora conozco realmente las dimensiones de aquella gran gesta al haber ingresado en el selecto club de los que han rodeado el mundo por sus propios medios.

No soy el primero, soy uno de tantos, pero para mí es el recuerdo de aquellos grandes exploradores lo que convierte este esfuerzo en un homenaje digno de ser compartido para que no sólo yo les admire.

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