Reflexiones en voz alta del padre de un niño piloto

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Reflexiones en voz alta del padre de un niño piloto
Ismael Bonilla
Ismael Bonilla
Ismael Bonilla nos acerca en su blog de todos los meses la historia de Manu, un niño de 11 años que ya despunta en los campeonatos de minimotos y que tiene una historia detrás llena de lucha y sacrificio por alcanzar su sueño: llegar a competir en el Mundial de MotoGP. Además Ángel, el padre del joven piloto, nos da su punto de visto de lo que es capaz de hacer Manu y su pasión por el mundo de la competición.


No sabría fechar con exactitud cuándo y bajo qué circunstancias conocí a Manu y Ángel. La verdad es que la memoria no es uno de mis puntos fuertes. Pero con total seguridad debió ser en algún circuito. Jarama o Albacete, probablemente.

Sería en alguna rodada o en alguna carrera de aquel último trofeo RACE que se celebró en 2008. Pero lo que sí tengo en mente, es a un chavalín que con 4 o 5 años, Manu, se volvía loco con las gigantes motos que tenía a su alrededor. Motos a las que su padre Ángel le subía en los boxes con los calentadores puestos, y el crío se aplanaba sobre el carenado agarrado a los manillares y ponía cara de velocidad. Me acuerdo que un día le dije a Ángel: «tío, tú no sabes dónde te has metido. La has cagado».

Evidentemente era una forma de hablar, pero yo sabía muy bien lo que le estaba diciendo. Después de más de 20 años recorriendo los circuitos de medio mundo, y gran parte de ellos acompañado de mi padre, sé lo difícil que es salir de este mundo. Mi padre me decía que cuando yo corría, los momentos en los que se supone que yo debía pasar por meta, pero que por lo que fuera no aparecía, eran de lo más jodido que un padre puede pasar. Eso sólo lo puede saber el padre de un piloto. No sé, quizás algún día me toque pasar por eso. Las carreras, todo lo que tienen de bonitas y apasionantes, lo tienen de duras e injustas. Por cada alegría, te llevas diez (o más) disgustos. Quizás por eso enganchan tanto.

Yo siempre he defendido que hay tres formas de triunfar en las motos, entendiendo por triunfar, por ejemplo, el llegar al Mundial y hacerlo bien. Una, tener un padrino que te lleve arriba de la mano: o bien un apellido ilustre, o bien caerle en gracia a alguien bien posicionado. Dos, tener mucho dinero. Tanto dinero como para comprar año tras año una plaza en el Mundial y a base de dar vueltas y quemar gasolina, que puedas hacer un papel digno. Y tres, tener tanto talento, que por cojones, antes o después y si trabajas duro –y bien- alguien te de una buena oportunidad. Y cuando digo tanto talento, digo mucho talento. De esos casos que sólo se dan una vez de cada cien, o de cada mil€a mi me dijeron muchas veces cuando corría que lo tenía. Puede ser, o puede ser que no, pero ni de lejos yo tenía tanto talento como he visto en este enano de casi 11 años.

Personalmente, hacía mucho tiempo que no veía un caso igual en primera persona. Tanto tiempo como desde que veía competir en minimotos a algunas figuras de hoy en día en MotoGP. No me extraña que Ángel tenga ilusión por tirar adelante con Manu. Y yo desde luego, dentro de mi humilde posición, haré lo que sea por echarles un capote, porque realmente sería una pena que un chaval con estas maneras se quedara en el camino por falta de apoyos, económicos, y no económicos. Y más aún siendo de Madrid€que ser Madrid en el mundo de las carreras de velocidad es como no ser de ningún sitio. Pero ese es otro tema€

Me gustaría que siguierais leyendo estas líneas que ha escrito Ángel González, el padre de Manugass. Sin duda sus palabras desprenden muchas cosas. Juzgad vosotros mismos.

REFLEXIONES EN VOZ ALTA DEL PADRE DE UN NIÑO PILOTO.

Estaban a punto de dar las 14:00 horas de la tarde de un domingo de Agosto de calor asfixiante. Manugasss llegaba a su box después de terminar la tercera manga de carrera de la mañana. Había terminado segundo en esta carrera. Al mismo tiempo que le felicitaba por el resultado, le secaba el sudor que brotaba por los poros de la piel de su suave cara de niño de diez años recién cumplidos. Mientras le acercaba la botella de bebida energética, avisaban de «cinco minutos para formación de parrilla de la siguiente categoría». Su cara de agotamiento era tal, que le dije:
«Manuel no salgas a esta manga, no tienes que demostrar nada. Has cumplido con creces el reto que nos hemos puesto de disputar dos categorías en una mañana.»

Reincorporando su espalda de la butaca donde escasos segundos antes acababa de apoyarla, y mirándome fijamente a los ojos con una expresión más apropiada de un hombre maduro que de un imberbe de voz aniñada, me dijo: «Salgo. Ésta también la hago, no estoy cansado; arráncame la moto y ponme otra vez el casco».

Sin estar cien por cien seguro de lo que como padre estaba haciendo, le puse la moto en marcha una vez más y le acompañé a la parrilla con el paraguas. Las piernas me temblaban un poco más que de costumbre. Apoyado en el muro, esta vez mi corazón no palpitaba tan fuerte como en otras carreras. Esta vez me limitaba a pensar hasta qué punto ese carácter lo había formado yo, era innato o era una mezcla de ambas cosas. Casi sin quererle me surgió la siguiente reflexión: «Ángel, ponte las pilas porque este tío exige que tú también estés a la altura y seas lo bastante fuerte «. Mientras, Manu se jugaba la victoria de nuevo, sacando fuerzas de flaqueza de su pequeño cuerpo una vez más para acabar la carrera marcando la vuelta rápida y subiendo de nuevo al podium. Al mismo tiempo que le sujetaba la moto en el parque cerrado, volvía a notar esa mirada de adulto, esta vez sin palabras, pero con una sonrisa y un brillo especial en los ojos que me decía:

«¿No ves? , lo he hecho. He vuelto a darlo todo. No desconfíes de mí».

Formar a mi hijo como piloto desde muy pequeño ha sido y sigue siendo, una labor de gran responsabilidad para mí. Una labor agotadora, física y mentalmente. Y además, «la sangría» económica también es elevada y hay que sacrificar otros placeres. Pero hasta el día de hoy, aún no he hecho en mi vida nada tan apasionante.

Hay días en los que terminamos solos en el circuito, donde ahora, en invierno, hace un frío que pela y a veces tengo que ponerme serio para que lo deje y nos podamos ir a casa. O incluso tener que decirle al propietario del circuito que le diga que esto se cierra. Otras veces se despierta temprano, se viste y me viene a buscar con una de sus frases preferidas: » Bueno, qué, ¿vamos?»

Los viajes a sus competiciones son a menudo duros. A veces cuando andamos más «justos» nos toca dormir en el monovolumen a pie de pista, pero todo se ve compensado con una mirada suya de satisfacción. No hace falta preguntárselo, porque con esa mirada ya ves muchas cosas. La moto no sólo le divierte, también le llena. Y no sólo le llena, sino que lo mantiene a tope física y mentalmente. También le aporta unos valores para su carácter futuro muy importantes para otros aspectos de la vida fuera de las carreras, y lo más relevante, le hace muy feliz. Así que a sus padres, no nos queda otra que seguir echando el resto.

Lo que más he trabajado con mi hijo desde que comenzara con las minimotos, o quizá antes, desde que no tenía ni dos años, es la motivación. Estoy convencido que lo que marca la diferencia entre unos y otros deportistas, desde los que se inician hasta los de élite, es el poder mental, la convicción de que » puedo ganarte». Y si no es hoy, será a la próxima porque trabajo duro para ello. He fomentado en él la competitividad. No dudo en reconocerlo. Pero la competitividad sana y noble, no la del atajo milagroso. Esta última puede ser muy perjudicial para la formación personal de un crío. Podemos crear el efecto contrario y convertirlo en un frustrado y acomplejado el día de mañana. Incluso aún triunfando, el niño puede haberse creado un carácter difícil. Factores como la autoestima, el sentirse capaz, la humildad, la confianza en sus posibilidades en igualdad de condiciones, incluso cuando son adversas… Todo esto es mucho más complejo de lo que parece, porque cada persona es un mundo. Tienes que analizarle constantemente y pensar en decirle la frase adecuada en cada momento, pero sin saturar o presionar más de lo necesario€y esto solo puede ser labor del padre o de la madre, o de ambos; esta tarea no debe quedarse exclusivamente en manos de un entrenador que no se pasa la vida junto a él, porque esto se trabaja a todas horas, no solo cuando se está en pista. Esto es formación personal y educación.

En este dificilísimo mundo de la competición de motor, tienes que tener lo más claro posible a dónde quieres llegar y cuál va a ser tu camino a seguir. En nuestro caso lo tenemos claro, aspiramos a lo máximo con toda la ilusión. ¿Y qué es lo máximo? Por supuesto que llegue a lo más alto en el mundo de la moto. Pero también que cuando sea adulto desee venir a casa de sus padres a comer siempre que pueda, que siga disfrutando de nuestra compañía, que recuerde aquella niñez mientras se formaba como piloto como una de las etapas más felices de su vida y que nunca decaiga esa ambición por seguir superándose. También será lo máximo si se dedica a cualquier otra profesión y sigo viendo en él ese carácter inconformista, de luchador. Y que los recuerdos de su niñez viviendo ese sueño junto a sus padres, le produzcan una enorme sonrisa en su cara, y que cuando me cuente cualquier nuevo reto o proyecto, vuelva a ver esa mirada de «voy a darlo todo de nuevo, no desconfíes de mí». Para eso trabajamos, para que esa mirada no cambie nunca.

El camino a seguir es complicado, muy complicado. Casi siempre dependes en gran medida de factores externos. Lo único que sí que tengo claro es que nadie, absolutamente nadie, te va a coger de la mano y te va a llevar por la senda correcta. Ese camino lo vas trazando tú, observando y eludiendo los errores de unos y aprendiendo de los aciertos de otros. Pero por ese camino será muy difícil, casi imposible avanzar, sin la ayuda adecuada. Saber diferenciar entre esas manos que te ayuden a superar los difíciles escollos que aparecerán, será una labor difícil. En este mundo de las motos, cuando menos te lo esperas, esa mano que en teoría iba a ayudarte, la tienes alrededor de tu cuello apretando fuerte. Hay que estar muy alerta. Se presentaran posibles apoyos, pero para encontrar el bueno, el que anteponga su pasión a los intereses propios, tendrás que trabajar siempre con honradez, modestia, sencillez y tener mucha, muchísima suerte. Manugasss es muy afortunado al contar junto a él con amigos impregnados de esa pasión.

Su estantería llena de trofeos a tan corta edad le llena de alegría, se siente orgulloso contándolas y recordando cómo fue una y otra carrera. Al fin y al cabo son el símbolo y resultado de su trabajo. Mi orgullo y satisfacción es verle crecer como persona, ver todo lo que el deporte del motociclismo le está aportando y comprobar que no me equivoqué aquel día en el que le subí por primera vez en una minimoto. Y estoy convencido que lo mejor estar por llegar.

Ángel González