Jugando con fuego

Vuelta al mundo en moto Tanzania – Kenia – Etiopía

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Vuelta al mundo en moto Tanzania - Kenia - Etiopía
Fórmula Moto
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Vuelta al mundo en moto Tanzania - Kenia - Etiopía

Tres de los miembros de esta aventura partimos de Barcelona: Albert Domingo, Alfredo Navarro y yo.

Tras una escala nocturna de varias horas en El Cairo, llegamos con muchas ganas de moto a Tanzania, a orillas del océano Índico. Nuestro equipaje facturado, 112 kg para tres personas, nos delataba en los aeropuertos y suscitaba la curiosidad de todo el que se cruzaba en nuestro camino: ¿ocho neumáticos?, ¿dónde están las motos?… ¿Van en el avión también? mucha gente nos preguntaba. Además de todo el equipo y los enseres personales, 15 litros de aceite más otros recambios eran culpables de esto. El cuarto integrante, Sir Matthew Mitchison, llegaría un día después, desde Londres directamente y con un equipaje, carga y equipamiento mas reducido y menos sospechoso.

La primera sensación al aterrizar en Dar-es-Salaam, donde nos sorprendió su humedad y su clima tropical subsahariano muy diferente al que estábamos acostumbrados, fue la de sentirnos diferentes y observados: ¡Wellcome to África my friend! Realmente turistas.

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Nuestra primera misión fue ir a ver las cuatro BMW F800 GS al taller de un alemán de grandes barbas y tatuajes, afincado en la capital de Tanzania desde hace muchos años: Frank Fischer-Kumbruch, estupendo mecánico, mejor persona, apasionado de las motos y conocedor de África pues la recorrió en moto, muchos años atrás, cuando los medios tecnológicos no eran como los actuales y la aventura era mucho mas compleja y heroica. ¿GPS?, ¿GSM?, ¿Track?, ¿Netbook?, ¿Mobile?, ¿MP3?, ¿Web?, ¿Email?… ¿Qué es todo eso? se hubiera preguntado Frank en los ’80. En un curioso taller, sin apenas techo, simplemente unas viejas uralitas, descansaban las cuatro motos esperando ser puestas a punto para las etapas finales de esta Vuelta al Mundo.

Las motos necesitaban un cambio de neumáticos, aceites, pastillas de freno, retenes de horquilla -deteriorados por el polvo de las pistas- y cadenas de transmisión para poder continuar con garantías hasta Europa. Las siguientes etapas iban a ser muy duras, atravesando desiertos a más de 40ºC y con gasolineras separadas entre sí por más de 300 km. Nada podía fallar en estas motos, pues nuestra seguridad y salud podían ir en ello.

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Nos ponemos manos a la obra y revisamos en profundidad todos los puntos críticos con la inestimable ayuda de Frank y sus ocho mecánicos. Como él mismo nos contaba: «En África, little things, big problems (En África, pequeños asuntos, grandes problemas) Aquello que a nosotros nos puede parecer irrelevante, aquí cobra una importancia vital, pues tal vez no encontremos, de aquí en adelante, lo que necesitemos debido a que la escasez de medios y herramientas en estos lugares es patente a todas horas. Cualquier cosa que en Europa puede parecer una tontería o nimiedad solventable con una visita de cinco minutos al taller oficial, aquí puede llevarte un día entero. ¡Gracias Frank!

Muy próximo al taller estaba el hotel que convertimos en cuartel general durante unos cuantos días. Allí no disponíamos de Internet, a pesar de estar en la capital y de tener unos servicios aceptables, limpios y dignos. Por tanto, nuestra comunicación con España fue tan sólo telefónica. Nos acostumbramos a dormir con mosquitera para prevenir las picaduras de los mosquitos Anopheles, de la malaria, a pesar de tomar las pastillas recomendadas para evitar esta temible enfermedad.

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Desde Tanzania a Etiopía pasando por Kenia, en esta etapa de la Vuelta al Mundo hicimos 4.000 km por las tierras sin horizontes de la sabana, caminos de selva o desérticas estepas. Lo primero, poner las motos a punto en Dar-es-Salaam en un taller todo contraste con el hotel. Así es África.

Por las tardes, en el taller de Frank tenemos que dejar de trabajar a las seis, pues empieza a anochecer y es cuando atacan estos insectos, además tampoco contamos con la iluminación adecuada. Nuestro mecánico tiene ordenador portátil en su oficina, pero muchos días no puede conectarse a Internet y su comunicación con Europa es muy precaria.

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Pide mucho del material que necesita a Alemania, su país natal. Usa equipo y piezas que en Europa están en desuso, pero que son muy necesarias en Tanzania. Nos hemos encontrado excelentes mecánicos en toda África, pues allí no se cambian piezas habitualmente, sino que se reparan.

Cargamos las motos con las herramientas, equipaje, piezas de recambio y unos cuantos neumáticos por si destrozamos alguno en las pistas de piedra y ripio, que se prometen difíciles en el norte de Kenia y sur de Etiopía.

Tengo la suerte de viajar con gente muy conocedora de algunos de los sitios por los que vamos a pasar, además de grandes amantes del continente africano, porque para mí esta es tan sólo la segunda visita a este maravilloso y gran continente. Y no será la última, por descontado. Os lo recomiendo si todavía no habéis estado. Es increíble, necesario.

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Animales muertos como compañeros

Dos días después, emprendemos la aventura hacia el norte, circulando por la izquierda y acostumbrándonos al tráfico local. Matthew lo tiene más fácil en este aspecto, ya que es su forma de conducir día a día en Londres. Las primeras carreteras nos transportan a un mundo de ensueño y el excelente asfalto nos generan una idea errónea de lo que vamos a encontrar mas adelante, haciéndonos creer que «todo el monte es orégano»… Pobres ilusos europeos….Vais a sufrir.

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Paramos para cambiar euros por shillings, que es como se llama a la moneda local y cuyo nombre deriva de la moneda inglesa, pues estuvieron colonizados durante muchos años por el imperio británico, del que todavía conservan buenos recuerdos de esta época y muchos rasgos culturales, como demuestra la curiosa anécdota de varios policías locales cuadrándose voluntariamente al ver la bandera inglesa en la moto de Matthew a modo de reverencia y respeto.

Muy gracioso para nosotros, por el efusivo e inesperado saludo.

Atravesamos cafetales, zonas muy fértiles, y nos dirigimos por carreteras bien asfaltadas, vía Korogwe y Same, hacia uno de los destinos más conocidos de África: el Kilimanjaro que, debido a sus 5.895m de altitud y a su sencillez de ascensión, se convierte en uno de los picos más deseados de África y del mundo para montañeros no profesionales. Queda pendiente para una próxima visita, pues mi ilusión era subir a la cima pero la falta de tiempo lo impidió.

Impresionante vegetación, muy diferente una zona de otra. Hay unas muy verdes y otras muy secas y esteparias, puramente desérticas, carentes del líquido elemento y por tanto extremas y muy poco habitadas. Estupendas las personas que nos íbamos encontrando por el camino y mucha gente saludándonos por la carretera.

Atravesando riachuelos, torrentes y ríos, nos vamos dando cuenta de la terrible sequía que llevan padeciendo estos países desde hace años. Los animales muertos al lado de la carretera pasan a ser compañeros de viaje. El cambio climático y la mano del hombre sobre la Tierra está teniendo un efecto devastador que debemos controlar de alguna manera. Unos cuantos días en el continente vecino del sur nos hacen concienciarnos aún más de una realidad a la que no debemos dar la espalda, por mucho que creamos que no nos afecta.

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Comprobamos que tanto en Tanzania como en Kenia, Etiopía y en todos los países centrales de África,

China les está construyendo las carreteras. Sí, sí, habéis leído bien: China aporta maquinaria e incluso trabajadores y lo hace en un estado bastante aceptable en cuanto a calidad se refiere, para más tarde probablemente aprovechar todos sus recursos naturales tan importantes para una potencia emergente como lo es el gigante asiático.

Todas estas carreteras estarán acabadas en pocos años y darán unas posibilidades de expansión y comunicación a estos países, impensables ahora mismo. Como nos explica la gente, ellos son pobres y no se pueden oponer a cualquier mejora que pueda llegar a sus vidas, y menos si esta no les cuesta dinero, a día de hoy. El futuro está por ver y esperan que sea lleno de mejoras a todos los niveles. Esperemos que haya una ética social en este mercantilismo. Así pues, muchas de las rutas realizadas por nosotros, tal vez sean más rápidas el año que viene, cambiando el color de tierra a negro asfalto.

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Guardias con radares y- «guardias dormidos»

El aparente caos en las carreteras y pueblos que cruzamos llama nuestra atención y nos maravilla a la vez, al descubrir en primera persona otras formas de vida tan diferentes y singulares. Eso sí, nunca se debe conducir de noche, pues hay muchos que lo hacen sin luces.

Curiosamente descubrimos que en Tanzania también hay radares, con la sorpresa de que aquí la policía de tráfico viste de blanco inmaculado ¡incluida la gorra!, llevando en la mano una pistola enorme, como de juguete, pero que sirve para cazar infractores, sobre todo en tramos urbanos. Otra de las sorpresas con que tropezamos son las famosas bandas reductoras de velocidad («guardias dormidos»), las cuales nos provocaron incluso un pinchazo en una rueda delantera, uno de los múltiples que sufriríamos en estas dos semanas, pues aquí son de asfalto, están colocadas por todos los sitios, sin avisar y sin poder ser descubiertas, y deben ser pasadas en muchos casos a no más de 20 kilómetros por hora. Las hay de tres tipos y de tres en tres.

Las más suaves está formadas por una única banda, mortal, modelo salto de un palmo del piloto; corte de asfalto de hasta un palmo de hondo, y meseta pre-despegue aéreo. Además de esto pronto comenzamos a encontrar los primeros maxibaches en los que puede caber la moto entera y, eso, con una moto cargada hasta casi 300 kg es bastante peligroso y un punto a tener muy en cuenta «a no ser que te guste la geología«. Vemos accidentes por todos los sitios y tal vez no hubo día en el que no nos topásemos con alguno. Los peatones invaden la carretera, pues para ellos es como si fuera una calle. Y es que aquí la vida gira alrededor de la carretera, es su centro neurálgico y de reunión, ya que en África las carreteras son fuente de sociabilidad y servicios. Todo pasa por allí, así que animales, carros y todo tipo de vehículos lentos, en un estado de conservación precario, son susceptibles de generar cualquier tipo de problema inesperado. En definitiva, «hay que leer la carretera» de un modo rápido y eficaz. Ésta fue la tónica de todo nuestro viaje.

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De zonas densamente pobladas enseguida pasábamos a parajes de ensueño, como las verdes tierras de «Ngorongoro», uno de los grandes parques-reserva africanos.

Afortunadamente no encontramos apenas días de lluvia -desafortunadamente para los nativos, pues su déficit acuoso es muy elevado y el poder encontrar agua potabilizada a veces no es muy sencillo-. El agua embotellada se puede encontrar en muchos sitios, pero habitualmente es agua potabilizada y filtrada, no es agua mineral, por lo que a veces conserva sabores residuales, tales como un ligero aroma a jabón o algún otro producto químico, purificador o limpiador, que no son nada agradables. A pesar de ello, hay que beber al menos 1,5 litros de agua cada día.

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Nuestra presencia en gasolineras suscita mucho interés y la gente se pregunta por qué esta especie de astronautas, con motos de una cilindrada que asusta a los motociclistas de la zona, habituados a monocilíndricas de no más de 125cc de origen chino la mayoría, recorren su país a una velocidad de vértigo a la vista de lo que marca el velocímetro (240), y muchos de ellos no se creen que en la misma jornada vengamos de lugares situados a más de ocho horas.

Todos los días nos levantamos en cuanto sale el sol, por lo que a la hora de comer ya llevamos 7 u 8 horas de moto. 300 km recorridos es un buen bagaje, y estas largas etapas causan la sorpresa de la gente del lugar, con un ritmo de vida extremadamente más pausado y no tan frenético como el de los estresados extranjeros, voladores-astronautas con sus naves espaciales.

El idioma inglés facilita mucho nuestras comunicaciones y las preguntas tanto en Tanzania como en Kenia, pero no así en Etiopía, donde tan sólo en las ciudades encontramos gente que pueda expresarse correctamente en inglés. En este caso, al contrario que Tanzania y Kenia, no fue colonia inglesa en el pasado, compartiendo alguna costumbre italiana, reminiscencia de su pasado italiano.

Masais, una foto un dólar

Nuestro primer destino turístico fue Arusha, una zona preciosa muy cerca del Kilimanjaro, si bien unas nubes dificultan verlo en todo su esplendor. No tenemos tiempo para ver el parque natural de Arusha, una pena. Sin embargo, disfrutamos de uno de los mejores parques naturales de África, el del Ngorongoro, de curioso nombre y gran extensión. No podemos entrar con las motos, evidentemente, pues hay animales salvajes de todo tipo, incluidos los reyes: león y cheetah (guepardo), entre otros.

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Aquí también se aprecia el devastador efecto de la pertinaz sequía. Esto ha originado que muchas manadas de animales salvajes hayan emigrado en busca de agua y tierras más fértiles hacia el lago Manyara, famoso porque aparece en muchos reportajes cuando una manada de ñus lo atraviesa y alguno cae en las fauces del los cocodrilos. El número de animales que allí viven y la variedad existente es inimaginable. Vamos, un gran disfrute de la naturaleza en uno de los pocos días en los que no cogimos las motos.

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Nuestro hotel, próximo a la Reserva de Ngorongoro, muy turístico y con precios de los más caros de todas las estancias de este viaje, era muy nuevo, con una estética muy cuidada y enfocada a clientes europeos dispuestos a ver algunos de los lugares más mágicos de África. Extraordinarias cabañas, al estilo tradicional, como si fueran tukuls, pero más modernas, mucho más espaciosas y mejor equipadas, además de unas zonas verdes extremadamente bellas y cuidadas.

Increíbles las tribus Masai, con sus atuendos y escueta vestimenta, así como sus casas y forma de vida. Curiosa respuesta, siempre, ante la posibilidad de una foto con alguno de sus miembros: 1 foto,

El diálogo muchas veces no pasaba de ahí debido a la gran barrera idiomática que nos separa. Una gozada disfrutar de su presencia y costumbres, tan aparentemente anacrónicas para nosotros.

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De ahí cruzamos la frontera con Kenia, por Namanga, sin mayor dificultad con los visados, realmente rápido, continuando hacia el norte por la A-104 y atravesando la caótica y saturada Nairobi, además en hora punta, por lo que la odisea fue mayor y con problemas en alguna moto de refrigeración, lo cual complicó mucho más las cosas.

Perdimos a alguno de los que formábamos el equipo, pero todo quedó en un par de horas de despiste y confusión.

Descansamos en un excelente hotel en Thika, a pocos kilómetros de Nairobi, para recuperarnos de los días pasados.Cruzando el parque del Monte Kenia, 5.199 m de altitud -las pocas firmas registradas en el libro de visitas de la entrada presagiaban algo no muy bueno- fue esta tal vez la jornada más dura de todo el viaje. Intentamos entrar con las motos para llegar a una zona elevada donde había un observatorio, pero la lluvia, el barro y el equipar neumáticos mixtos nos lo impidieron.

Esto sólo provocó numerosas caídas y sustos en una jornada dura, pero muy divertida, que tuvo su fin de una forma abrupta y no deseada. ¡Esto es aventura de verdad, amigos! Bajamos la presión de los neumáticos, pero no fue suficiente ayuda -unos gomas de tacos se hacían aquí imprescindibles y hubieran sido muy valiosas-. Lucha titánica por mantener las motos en pie. Muy duras condiciones ambientales, falta de aliento incluso.

Tras esta peripecia, nuestro viaje prosiguió por Isiolo, curioso lugar de paso, a la vez que peligroso por bandidaje y otros problemas de esta índole. Bastante inseguro y sucio, atravesando territorios de las tribus Samburu, también conocidas por sus vestimentas llamativas y mucho más sofisticadas y ornamentadas que las de los pueblos Masai vecinos. Un lujo africano.

Por tierras de bandidos, ida y vuelta

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Aquí llegó lo más difícil del viaje, pues tuvimos que atravesar una parte muy conflictiva y peligrosa, que es la que lleva desde Isiolo hasta la frontera de Etiopía, pasando por Laisamis y Marsabit.

Unas zonas desérticas, bastante despobladas y propicias para los atracos y bandidajes que generó bastante inquietud en nuestras mentes, pues recientemente mucha gente había sido atracada, interceptada o incluso asesinada en esa misma parte si se les había ocurrido huir y no atender a los disparos de los asaltantes, sus súplicas y requerimientos… Por tanto, estuvimos muy alerta.

El paso por esta zona, de camiones y otros vehículos de paso obligado, se realiza en convoy de no menos de veinte vehículos para evitar asaltos y problemas. Es el único que hay entre Nairobi y Etiopía por carretera, por llamarlo de alguna manera, pues muchas veces el camino es totalmente de tierra y con la famosa «tôle ondulée», que destroza a motos y pilotos a lo largo de rectas interminables y muy fatigantes. Los tornillos desaparecen y los problemas, de todo tipo, se multiplican. Pocas veces hemos vivido momentos tan agotadores encima de una moto como estos, pero finalmente pudimos llegar a Moyale, el último pueblo de Kenia y primero del sur de Etiopía, pues está dividido en dos por la frontera: Moyale Kenia y Moyale Etiopía.Vuelta al mundo en moto Tanzania - Kenia - Etiopía

Una de las anécdotas más curiosas se produjo cuando, rodando el último del grupo, vi a un niño, en Marsabit, que nos enseñaba un billete, de bastantes dólares, a nuestro paso y decía a gritos «¡money!, ¡money!», lo cual me sorprendió. Por qué un niño de unos seis años llevaba un billete tan grande y me lo enseñaba y gritaba con tanto aspaviento.

Al llegar al hotel supe que Matthew había escondido billetes en su moto, por si nos atracaban, y fue perdiendo algunos de ellos por el camino, por lo que muchos niños se debieron alegrar gracias al altruista resultado de los billetes voladores de Matt.

Todos habíamos escondido gran parte de nuestro dinero y objetos valiosos en lugares curiosos, y aparentemente más seguros, aunque teníamos claro que los posibles atracadores iban a buscar en los sitios mas inverosímiles e incluso nos iban a obligar a desnudarnos, como habían hecho con otros turistas anteriormente. Hasta llevábamos cosas listas para dárselas y para que nuestra integridad física continuara intacta. El mal trago pasó, lento, pero pasó.

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Nuestra sorpresa en Moyale Kenia fue mayúscula, pues no pudimos conseguir en la propia frontera el visado para atravesar a Etiopía, algo que creíamos sería posible al igual que habíamos hecho en la frontera de Tanzania con Kenia. La explicación es que este paso no es muy utilizado por gente extranjera, por tanto no es muy turístico y existe un cierto recelo de las autoridades etíopes con los que no sean de nacionalidad keniata. Intentamos por todos los medios posibles realizar los trámites vía telefónica, con España, Etiopía y Kenia y las embajadas, pero fue un esfuerzo en vano que nos obligó a tomar una decisión definitiva: planificar otro viaje de vuelta a la embajada de Etiopía en Nairobi, ¡por la misma ruta!, más de dos días de moto de ida y otros tantos de vuelta, además de la dureza del camino por las condiciones extremas y atravesando de nuevo la zona peligrosa que habíamos dejado ya atrás y que creíamos que nunca mas volveríamos a cruzar.

La falta de tiempo (debíamos estar en cuatro días en Addis-Abeba, fin de nuestra etapa), nos obligó a contratar un 4×4 con conductor, por 1.000 $, para que nos llevara a Nairobi en un día tan sólo y recorriendo los más de 1.000 km que nos separaban de la capital de Kenia. Ida y vuelta tentando de nuevo a la suerte. Para preservar nuestra seguridad, íbamos acompañados de dos mercenarios con armas automáticas AK47. Era la única posibilidad, y con bastante miedo en el cuerpo eso fue lo que hicimos, pues no había otra opción.

Por suerte, tras un duro viaje de 18 horas de ida y 18 de vuelta, pegando saltos en el todoterreno debido a los numerosos baches (dos pinchazos y rotura de suspensión incluida en un coche nuevo), conseguimos nuestros ansiados y caros visados para atravesar la frontera y poder llevar las motos a Addis-Abeba y entregárselas a los siguientes aventureros.

Una cuerda en el camino-

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El resto del viaje, por el sur de Etiopía, no fue menos tranquilo, ya que, al entrar en el país, uno de los nuestros tuvo un pequeño accidente camino de Mega al encontrarnos una cuerda que atravesaba la carretera a la altura de la cabeza. Imaginaros el susto. Sin señalización previa, todos frenamos al verlo, pero con tan mala suerte que el último golpeó con el pie al que le precedía, y aunque no se cayó, acabó golpeando uno de los postes que sujetaban la cuerda, puesta, presumiblemente, por un control policial de entrada en el país etíope. Vendaje en el pie y a continuar. Más pinchazos durante el día y cada vez más dolor en el pie. Lluvia, situación cada vez más compleja y el tiempo apremiando, complicaban los dos últimos días de la etapa en Etiopía.

Curiosa la imagen de los numerosos termiteros, muchos de ellos tan grandes como un árbol, existentes a lo largo de muchos kilómetros. El resto de zonas del sur de Etiopía resultaron ser preciosas montañosas y zonas muy pobladas, nada que ver con la despoblación de la desertizada zona norte de Kenia. Muchísima gente y animales en la carretera, incluso por el centro de la calzada, y muy pocos vehículos, muchos menos que en los países del sur.

Finalmente conseguimos llegar a Addis-Abeba con las cuatro motos no sin problemas, una en el camión por el accidente, otra con la suspensión trasera rota debido a la fatiga tras casi una vuelta al mundo, y la mía con problemas de refrigeración al romperse los soportes del radiador, perforar el mismo y perder todo el refrigerante a tan sólo 10 km de Addis. El encuentro con los compañeros que tomaban el relevo fue de una alegría indescriptible tras 15 días intensos y llenos de extraordinarias e indescriptibles vivencias.

El viaje, a pesar de los problemas que he comentado, fue un éxito y tenemos ganas de repetirlo lo más pronto posible. Impresionante y muy enriquecedor. Animaros; en vuestras manos está realizar algo que, a priori, puede parecer un poco complicado, pero que una vez en casa, lo veréis como un sueño hecho realidad.

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